Por podar un árbol

>Una historia recorrió Zaragoza de norte a sur, de este a oeste hace unos cuantos años. Misteriosamente esta historia me ha llegado a mí ahora -debe ser porque, sinceramente, paso de toda persecución célebre y de todo interés cotilla- después de que al comentar el caso de mi noguera con unos conocidos éstos me terminaran comentando una historia de las de para no dormir de las que demuestran que la justicia muchas veces está donde quiere y con quién quiere. Pero bueno, seguro que desean conocer la historieta, ¿no? Pues agárrense fuerte, queridos lectores, porque, si están ahora mismo con las tijeras podadoras en la mano a punto de podar algún arbolillo de su propiedad es probable que éstas se les escapen de las manos y acaben amputando algo que no debería ser cortado.

El asunto se dio, por supuesto, en un pueblecito de Aragón. El señor de la finca tenía árboles en ella. Las ramas de uno de esos árboles salían hacia la calle y al gentil individuo no se le ocurrió otro acto de generosidad que ser él mismo quien podara las molestísimas ramas del árbol. Zaca, zaca, zaca, sonaba la podadora mientras las ramas iban cayendo al pavimento. Por supuesto, no vayan a pensar mal, nuestro personaje sabe podar bien y no estaba causando daño alguno al ser vivo.
Al terminar recogió los leños, dejó la calle más brillante que un espejo y admiró la obra.
Lo que no sabía es que unos días después iba a pagar cara esa “obra de generosidad y vecindad”, ya que un coche de la policía se presentó ante su casa y se lo llevó esposado.
Si todo lo contado es cierto al 100%, la causa fue el hecho de podar en una zona de interés común. Así, con un par, como siempre nos dan las puñaladas. Frías y dolorosas. Resulta que, conociendo a la gente y más concretamente a la de los pueblos, no hubieran pasado quince días sin que algún vecino se hubiera presentado escopeta en mano en su casa exigiéndole que o tala el árbol -de raíz, por supuesto- o lo tala a balazos -esta vez al dueño-. Y entonces no cabe dar explicaciones de que solamente con el corte de las ramas que molestan sería suficiente. A talar el árbol se ha dicho. Y ni ecologistas ni nada. Todos pasan por la “señora escopeta” cuya ley es muy clara y sencilla.
Pero no, nuestro hombre no quiso llegar hasta ahí y, por la integridad suya, de su familia, del árbol y de cuantos ecologistas se hubieran encadenado al mismo decidió no esperar y cortar las ramas salientes, trabajo que en mi opinión más le hubiera valido dejárselo al ayuntamiento del municipio.
Total, que según me cuentan se lo llevan por dañar la estética. Lo dicho, con un par.
Me repito: no sé si será del todo cierto, pero aunque falsa fuera la historia, me sirve para la conclusión que quiero dar hoy.

Ahora va a resultar que por podar un árbol que causa problemas a la comunidad se puede ir arrestado al cuartelillo y por talar un árbol de propiedad ajena, sin el permiso del propietario y a bocajarro -tendrían que ver cómo me dejaron mi pobre arbolillo, desgajado de pedazo de tronco para arriba- no sucede absolutamente nada. ¿Creen que estamos locos porque no hay explicación racional para explicar tanto cinismo? Pues a ver si mi explicación les convence: el el primero, el señor que podó al arbolillo era un ciudadano normal. En el segundo caso -el de mi pueblo- fue el señor alcalde el que lo ordenó.  Si al primero lo han arrestado por una poda necesaria, ¿al segundo qué le habrían hecho? ¿Ahorcarlo? En fin, para que luego digan que todos, absolutamente todos, somos siempre iguales ante la ley.