SOLDADOS EN EL FRIEDHOF

No suelo trabajar la crítica literaria (aunque más me valdría) y suelo ser bastante introspectivo con los libros que leo, pero considero que hay excepciones y textos que merecen la pena ser mínimamente criticados y compartidos con el mundo.

Uno de ellos es Soldados en el jardín de la paz, del amiguete Sergio del Molino, autor revelación de la literatura aragonesa de nuestros días.

Soldados… no es su primer libro, aunque sí que es el primero que leo de su firma. Su aparición por el mundillo editorial comenzó con Malas influencias, un conjunto de cuentos que recibió la aprobación de la crítica literaria nacional. Casi seguido a la publicación de Malas influencias, Sergio publica este ensayo novelado de carácter histórico, de 245 páginas en su primera edición, con el que se adentra en un universo que nos afectó de cerca pero que ha permanecido en el olvido de los libros de historia e incluso de los historiadores: los alemanes que llegaron del Camerún en 1916.

Soldados… es una investigación prácticamente particular de Sergio, que tendrá que remover durante meses la apacible y provinciana historia de Zaragoza para despertar a la bestia del misterio, de la sorpresa e incluso del horror. Sergio no es historiador, pero como deja bien claro en la introducción, sí que es un escritor y periodista un tanto curioso que se encontró un filón capaz de saciar su curiosidad. Y es que la aventura, relatada con la estructura de un reportaje periodístico pero enmarcada en el género del ensayo, comenzó de forma inesperada, concretamente en una edición de la Feria del Libro Viejo. Sergio nos lo explica en esa misma introducción:

Sabiendo cómo funciona ese mundo de polvo y ex libris, me paseo por la feria sin involucrarme en ella. Por el placer de mirar. A veces compro alguna curiosidad que solamente tiene valor para mí, pero la mayoría de los paseos terminan en nada. Aquella primavera, sin embargo, me llevé una sorpresa. En un puesto tenían a la venta un buen fajo de panfletos de propaganda nazi. No me refiero a pasquines de grupos de skin heads, sino a propaganda nazi de verdad, del Partido Nacionalsocialista Alemán. Eran fragmentos de discursos de Hitler y de otros jerarcas traducidos al castellano y editados en Berlín de 1942. El librero me aclaró que procedían de una biblioteca particular de Zaragoza que había adquirido recientemente, pero no quiso decirme el nombre de su dueño.

Compré unos cuantos, me los llevé a casa y me metí en mi blog para escribir un artículo que titulé “Estraperlo librero”, en el que hablaba del tiempo, del rastro que dejábamos al morirnos y de cómo nuestro legado (¿qué es una biblioteca sino un legado?) se desintegra en anaqueles, trastiendas de librería y casetas de feria. ¿Cómo han acabado esos panfletos en una caseta de la Feria del Libro Viejo?, me preguntaba en el artículo.

Y tras el artículo llegó el detonante. Uno de sus lectores, un historiador aragonés afincado en Salamanca, le resumió lo que sabía acerca del asunto de los panfletos: seguramente iban dirigidos a los alemanes del Camerún, un nutrido grupo de germanos que, huyendo de la conquista aliada del Camerún en la Gran Guerra se refugiaron en España y quedaron definitivamente afincados en diversas ciudades formando colonias, una de ellas Zaragoza.

De esta manera comenzó la larga investigación acerca de la vida de estos olvidados y sorprendentes habitantes de la capital del Ebro, que popularizaron el foot-ball en la ciudad, que fomentaron la modernización y el comopolitismo de la olvidada capital y ejercieron de bastión cultural al popularizar la noche de cabaret y al fundar el Colegio Alemán, cuya enseñanza destacaba sobre la oferta del resto de instituciones zaragozanas. Pero no todo era gloria y apacible vida burguesa, y la leyenda negra azotó destructivamente la colonia. Nombres como Canaris, el conocido espía nazi; Schmitz o Seegers son capaces de poner los pelos de punta a más de un intrépido lector. ¿Quien se iba a imaginar que en la apacible vida de la distante Zaragoza iban a estar gestándose oscuros planes nazis y que existía toda una red de espionaje que extendía su telaraña hasta los despachos de los servicios secretos británicos y estadounidenses?

De todo esto trata Soldados en el jardín de la paz, un relato completamente veraz que busca esclarecer el olvidado devenir de la colonia alemana y su legado cultural, aún presente en nuestros días. El libro, pese a tratar un tema tan serio como éste, mantiene de manera constante un fluido y confidencial estilo que combina todos los recursos del periodista profesional y la estructura del ensayo histórico, ambos tan necesarios en estos casos. El texto concede lo que promete: resumir a grandes rasgos los pormenores de la colonia alemana afincada en Zaragoza, y las no siempre gratas relaciones entre Alemania y España. Su estilo fresco se combina frecuentemente con cuestiones que mantienen al lector entretenido en su lectura e inmerso en la historia, en la investigación y en la colonia en torno a la que gira la trama. De vez en cuando, tal y como reconoce el autor desde el principio, algunas de las preguntas formuladas no obtienen respuesta por el momento, y se presentan como auténticos misterios a resolver en el futuro. En algunos capítulos de amena lectura se roza incluso la cuestión filosófica, mientras que el conjunto del texto se fundamenta en el contexto histórico de la manera más formal y objetiva.

Como digo, la narración aporta lo que promete aunque si quieren saber mi opinión más personal, íntima e intrascendente, me ha sabido a poco. Yo, que soy un tipo que ansía conocer hasta el más mínimo detalle de todo y que también pretendía averiguar hasta los últimos pormenores de la colonia alemana en España y me encuentro con un magnífico texto que resume lo acontecido, que asienta tesis y que abre un nuevo filón histórico, pero que únicamente es un boceto de todo lo que aún se esconde tras el tiempo y los muros de la ciudad. ¿Qué quieren que les diga? El libro me ha encantado, aunque no sacia en absoluto mi curiosidad. Soy demasiado exigente en estos caso, qué se le va a hacer.

Otra cosa que favorece la inmersión en la trama son las fotografías, la mayoría pertenecientes al archivo fotográfico de la familia Bieger, que sin duda abren una ventana única hacia algunos de los personajes y lugares que son nombrados.

Quién sabe, quizás en un futuro se logren derribar los muros con los que Sergio se ha ido encontrando a lo largo de su investigación. Yo, por mi parte, tomo nota. A fin de cuentas me encuentro totalmente identificado con el mundillo investigador, librero y de anticuario, y también acostumbro a curiosear mercadillos y rastros de antigüedades y a ojear documentos antiguos (aunque carentes de trascendencia histórica).

Un último asunto: el libro no sólo es claro, sencillo (que no simple), veraz, sincero, humorístico y de calidad. También es un texto que aporta cultura, que plasma la parte que ha podido ser hallada del poso cultural que desde su llegada los alemanes del Camerún fueron dejando tanto en la ciudad como a lo largo y ancho de la geografía española. Notas de prensa, fragmentos de ensayos históricos, anuncios redactados en alemán para alemanes, obras líricas y teatrales sobre las colonias germanas e incluso chascarrillos humorísticos y pícaros publicados en la prensa del momento completan un repertorio cultural que sorprende y atrapa. Con el permiso de Sergio y de Mariano Gracía, quien rescató esta pieza del olvido, publico un vals que hizo las delicias de las veladas del Hotel Excélsior de Berlín, Die Nacht von Zaragoza, interpretada en 1933 por Emil Roósz y supuestamente compuesta por Hermann Frey y Karl Wilczynski. ¡Qué la disfruten!

Die Natch von Zaragoza                              

hat dich und mich berauscht,

als wir versteckt von Rosen

zumersten mal den Kuss getauscht.

Ja, die Nacht von Zaragoza,

die Nacht, ersehn’ich heiss zurück,

was ich erlebt in jenem Blütenmai,

warst du, du meines Lebens Glück.

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La noche de Zaragoza

a tí y a mí nos ha embriagado cuando,

escondidos tras unas rosas

nos besamos por primera vez.

Sí, la noche de Zaragoza,

la noche que con calor ansí que regrese,

lo que viví aquel mayo

fuiste tú, tú, la felicidad de mi vida.

(Traducción de Daniel Hübner)

PABLO

En ocasiones, por mucho que hayamos comprendido una realidad, un proceso o una verdad, es el dolor más intenso el que te impide seguir viendo más allá y el que incluso vierte la duda sin fundamento desde el desgarro interno de tu ser.

Quizás me esté expresando fatal. Puede ser. Pero ahora mismo no tengo otras palabras con qué hacerlo.

Hace cuatro días me encontraba ojeando librerías por el centro de Bilbao, ajeno a la desgracia que estaba sucediendo en aquellos mismos instantes a kilómetros de distancia. Esa jornada de dolor indescriptible de los padres que perdieron a su pequeño de apenas dos años resultó para mi persona, que poco importa ahora en este texto y en estos momentos, el último día de mis vacaciones. Un colofón que sin advertirlo iba a agriarse con la temida noticia pocas horas después, cuando por la noche del día siguiente, al llegar a casa y conectarme a internet, supe de la tragedia, del dolor de estos padres que han perdido a lo que más querían, y de mi personal impotencia por no haber podido estar aquí acompañándoles en su sufrimiento, derramando mis lágrimas con ellos, despidiendo a un ser hermoso que había perdido su batalla en esta vida pero no la guerra de su eterna existencia.

Aún no lo he asimilado del todo. No he podido hacerlo. Dormí mal aquella noche que recibí la noticia. Ni siquiera era una noticia. Era una despedida en el dolor, un aviso fatal, una mancha sombría que me costaba creer que había sucedido. Palabras llenas de un torrente de amor, desesperación, dolor, ira e impotencia que se desparramaban del dique de mi ser y, poco a poco, me invadían en la melancolía. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Cesare Pavese). Ha venido y no tenía tus ojos. Ha venido y no tenía ojos. Ha venido. Éstas fueron las palabras.

La batalla ha sido difícil, una tragedia griega en la que Pablo estuvo a punto de vencer a sus monstruos y desembarcar en la Arcadia de la vida que le quedaba por vivir. Hoy, mientras escribo estas líneas, confuso, asustado y lleno de dolor a un tiempo, Pablo se dirige a otra Arcadia, no mejor ni peor, pero sí a otra, la misma a la que pertenecemos todos por nuestra auténtica naturaleza. No es una seguridad ni una creencia, es una afirmación absoluta.

Pablo no ha estado solo en la batalla. Sus padres han sido su arco y su flecha, y el amor de quienes le cuidaban en la enfermadad, su espada indestructible. También hemos estado nosotros, cientos de voces distantes que hemos acompañado a Pablo y a sus pacientes padres en todo momento desde el comienzo, transmitiéndoles fuerza y amor infinitas. Através del blog de su padre, Sergio, o de su Twitter íbamos involucrándonos en una guerra que, de alguna minúscula e intrascendente manera, también comenzaba a ser nuestra; y seguíamos con esperanza las noticias que tanto Sergio como Cris, cuando tenían fuerzas para ello, nos traían y comunicaban. Algunas fueron pésimas y nos abatieron a todos. Otras, en cambio, fueron esperanzadoras y nos llenaron de alegría. En la más absoluta distancia he seguido los progresos de Pablo en la enfermedad, he sufrido cada revés y he sonreído sincero con cada buena noticia que me llegaba de manos de sus padres. Hace unos meses, después de un largo periodo de sufrimiento, las noticias que llegaban eran realmente buenas. Pablo estaba venciendo, el mal parecía retirarse. De alguna manera (y pido disculpas por esto tanto a Cris como a Sergio), pese a ser alguien ajeno y prácticamente externo a sus vidas, un cariño especial me había unido a Pablo, aunque fuese a distancia. Estaba contento por la mejoría y esperaba con anhelo que de un momento a otro un mensaje en el twitter o un artículo en el blog anunciase el final de la batalla, la derrota definitiva de la enfermedad.

No me quedan palabras para continuar mucho más. Sin advertirlo, se ha ido, y ni siquiera he podido estar donde debería haber estado, acompañando a sus padres cuando más necesitaban el cariño de todos. Sé perfectamente que en esta historia tan solo soy un eslabón insignificante, que el cariño de los que pudieron estar suplió suficientemente el que yo hubiera podido aportar. Sin embargo siento en mi interior que ha quedado una cuenta pendiente. Siento rabia por no haber podido estar allí, por estar ajeno a todo. Puedo sentir aún en la lejanía el silencio de la agonía de unos padres que han perdido lo que más querían en este mundo: su hijo.

Y ni siquiera pude estar en su despedida. Ni siquiera pude rendirle un homenaje digno a su corta estancia en este mundo material.

Por eso quiero dedicar tanto a Pablo, que ahora sigue su camino eterno, como a Sergio y a Cris estas torpes palabras. Quiero que éste sea mi homenaje personal, el adiós que no pude dedicar en el momento que debiera. Sé que mis palabras resultan insignificantes, que toda verdad resulta inútil ante el dolor que desborda y sobrepasa los límites del ser que ama y lo hace por encima del todo y de la nada. Por eso quiero concluir con algunos fragmentos (no sé si acertados o no) de dos poemas de Neruda: la primera y última estrofas del poema Sólo la muerte y algunos fragmentos del poema Oda a la vida:

SÓLO LA MUERTE

Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.

                    […]

La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.

ODA A LA VIDA

La noche entera
con un hacha
me ha golpeado el dolor,
pero el sueño
pasó lavando como un agua oscura
piedras ensangrentadas.
Hoy de nuevo estoy vivo.
De nuevo
te levanto,
vida,
sobre mis hombros.

Oh vida, copa clara,
de pronto
te llenas
de agua sucia,
de vino muerto,
de agonía, de pérdidas,
de sobrecogedoras telarañas,
y muchos creen
que ese color de infierno
guardarás para siempre.

No es cierto.

Pasa una noche lenta,
pasa un solo minuto
y todo cambia.
Se llena
de transparencia
la copa de la vida.
El trabajo espacioso
nos espera.
De un solo golpe nacen las palomas.
Se establece la luz sobre la tierra.

Vida, los pobres
poetas
te creyeron amarga,
no salieron contigo
de la cama
con el viento del mundo.

Recibieron los golpes
sin buscarte,
se barrenaron
un agujero negro
y fueron sumergiéndose
en el luto
de un pozo solitario.

No es verdad, vida,
eres
bella
como la que yo amo
y entre los senos tienes
olor a menta.

[…]
Vida,
eres como una viña:
atesoras la luz y la repartes
transformada en racimo.
El que de ti reniega
que espere
un minuto, una noche,
un año corto o largo,
que salga
de su soledad mentirosa,
que indague y luche, junte
sus manos a otras manos,
que no adopte ni halague
a la desdicha,
que la rechace dándole
forma de muro,
como a la piedra los picapedreros,
que corte la desdicha
y se haga con ella
pantalones.
La vida nos espera
a todos
los que amamos
el salvaje
olor a mar y menta
que tiene entre los senos.

OTRAS ZARAGOZAS

Estamos en verano y casi todo está funcionando en off. Y es lógico: estamos en época vacacional y empezamos a darnos cuenta de que el descanso o está llegando o está a punto de llegar. Los despachos cierran, los talleres ultiman los pedidos de verano antes de su cierra hasta septiembre, las administraciones bajan su ritmo de trabajo. Las ciudades se vacían notoriamente.

Aunque a muchos nos pueda parecer aburrido e incluso una pérdida de tiempo (por muy contrario que esto parezca), hay gente a la que le gusta la ciudad de estío. De hecho conozco a alguien de gran actividad dentro del ámbito cultural aragonés que así lo afirma. La ciudad vacacional también puede ser reducto para otro tipo de veraneantes, aquellos que por la causa que sea o por el hecho que fuere prefieren o no les queda más remedio que soportar el veranillo en la ciudad en la que acostumbran a vivir. Pasear por una ciudad que ha bajado el ritmo es sumamente enriquecedor, sobre todo cuando los que vivimos en una gran ciudad paseamos por ella como muñecos teledirigidos que no se enteran muy bien de qué está sucediendo, qué piensan sus coetáneos vecinos o de lo particular y hermosa que es su ciudad. Pasear por avenidas sin sofocos, mirar a nuestro alrededor buscando el detalle sobre el que jamás nos atreveríamos a parar en época de máxima actividad (pues lo consideraríamosm una pérdida de tiempo innecesaria), circular con el coche por avenidas tradicionalmente atascadas de forma desahogada, disfrutar del alivio que proporciona el vacío en cines, centros comerciales o tiendas; y volver a vivir una ciudad nueva y desconocida.

No sé cómo andarán las cosas por capitales como Madrid, siempre colapsadas incluso en pleno mes de agosto. Sí que conozco la situación de la mía. Estamos en julio y las calles parecen haber engullido habitantes por doquier. Los primeros trabajos en las calles comienzan a dar lugar y el ritmo de los habitantes que reservan billetes para agosto o que se quedan de guardianes en la ciudad parece haberse ralentizado. La sofoquina del valle del Ebro no baja, eso sí. Pero incluso con calor una ciudad que se vacía por momentos resulta agradable a quienes permanecen en ella. Sin embargo, este año la cosa está chunga. La crisis ha obligado a permanecer en la ciudad a un gran número de personas que se marchaban en junio y julio. Una auténtica putada. Las avenidas se descongestionan a menor ritmo que hace algunos años y pasear por determinadas zonas del centro con tranquilidad y espacio resulta imposible. A las obras que comienzan a realizarse por estas fechas también les va a ir bastante mal por el problema del tráfico. Una de ellas, la del tranvía, que lleva dos días en activo ya es un caos. Están circulando por un estrecho y arqueado carril más vehículos de los previstos en estas fechas incluso para cuatro y los respectivos cruces de calles. Hablo de la plaza de Basilio Paraíso, esa que conocen todos los foráneos con GPS pero a la que los autóctonos respondemos por la plaza del Corte Inglés o la plaza aragón, incorrección perdonable entre maños al estar ambas plazas fusionadas aunque claramente diferenciadas. La plaza en cuestión, que no es poca cosa, coordina el tráfico de todo el centro de la ciudad y lo distrubuye hacia la periferia. Antes de las obras presentaba el siguiente aspecto:

 

La pifia de llevar el tranvía por todo el centro de la ciudad y de comenzar las obras justo en el verano que más movimiento hay han hecho que el colapso llegue hasta el puente de hierro (Puente del Pilar si consultan el GPS). Es decir: la ciudad permanecerá atascada en kilómetro y pico a la redonda desde ahora hasta que otro alcalde, más por rabieta que por necesidad, decida apartar el tranvía de donde pasa (por esos lugares circulan entre seiscientos y ochocientos mil vehículos al día) y se circule por el centro con un poco de comodidad. Desconozco hasta que abultado récord de tiempo atrapado en un atasco llegaremos, de momento según algunos sufridos informadores vamos por media hora encajonados en plaza Paraíso.

Pero la cosa no acaba aquí: la trampa que ha preparado la alcaldía para los que buscan tranquilidad en la ciudad de estío llega mucho más allá: si cogemos el transporte público no pienses en el taxi, duda del autobús (también se atasca) y no barajees la opción de coger el tranvía si no es para subir en dirección Valdespartera (la línea útil acaba en Plaza Paraíso esquina con Gran Vía). La única solución viable es marchar a pie (la bicicleta también puede ser un problema) o exiliarse durante más de dos años a otra ciudad más cuerda de la dictadura férrea que vivimos aquí (que no férrea dictadura).

Así que solo nos queda la playa, la montaña, el pueblo o el exilio, cuando todos estos lugares no son por sí mismos el interesado exilio de la ciudad que colpasa y se colapsa. No son otras zaragozas, sino una Zaragoza en constante readaptación.

Aunque si quieren, también puede ojear fotos de una Zaragoza más tranquila y amena que la actual. Una Zaragoza que desde luego no es la misma que lo es hoy. Ni lo será a este paso. Me refiero a fotos de cuando Zaragoza no era la capital de Aragón que busca ser moderna, ecológica y no sé qué otras cosas más que nunca se cumplen como debieran. Paja mojada para el burrito con derecho a voto.

La foto que he colocado en portada es de esa otra Zaragoza. Fíjense en un último detalle. El nuevo proyecto de tranvía (que pretende acabar con la circulación fluida en Independencia) abre dos grandes aceras a ambos lados (que no bulevares), las mismas que existen en estos momentos, carril bici a ambos lados, un estrecho carril de ida y otro de vuelta ibídem y dos enormes catenarias de tranvía, uno de ida y otro de vuelta, que ocupan cerca de la mitad del paseo. Una cosa así.

Ahora fíjense en la foto de perfil. Data de 1935 y la tenía escaneada de una postal (si mal no recuerdo). Se trata del mismo paseo visto desde la actual Plaza de España:

 

Ahí se puede ver una armonía casi perfecta entre soportales, tranvía, tráfico rodado y viandantes. Pegados a los soportales era zona de parquin y lo que ahora llamamos zona de carga y descarga. Aunque no se ve muy bien, pegado a esta línea de parquin se encuentra, en ambas direcciones, catenarias del tranvía. Acercándonos al bulevar tenemos entre uno y dos carriles para vehículos en ambas direcciones. Por último, un auténtico boulevard, como se decía en la época, amplio, con árboles, bancos para sentarse a la sombra en verano y quioscos de prensa y de música. Con sostenibilidades ecológicas, sensibilidades ciudadanas y tráfico pacificado sin necesidad de guías informativas, falacias e imbecilidades políticas, y sin tan siquiera pretenderlo. Sin tergiversaciones.

Ah, se me olvidaba: también es cultural, por lo de los quioscos de prensa y música.

¿Alguien da más? Hoy por hoy, no. Ésta es la sublime otra Zaragoza de la que presumo en riguroso silencio contra la imbecilidad de nuestro tiempo.

P.D: se me olvidaba comentar que en 1935 no circulaba tanto vehículo como en 2011. Creo que uno o dos carriles por sentido ya igualan o superan el proyecto actual, pero por si sigue pareciendo escaso, se puede suprimir el aparcamiento continuo y sacarse de la manga un segundo o tercer carril, según corresponda. Y todo tan fetén como antes.

CADA MAESTRILLO TIENE SU LIBRILLO

Buscando en el baúl de los recuerdos (lo que ahora vienen a ser carpetas digitales perdidas en las tripas del ordenador) me he encontrado una carpeta de cuya existencia me había olvidado por completo.

Un libro de ida y vuelta, leo. ¿Qué narices será esto de Un libro de ida y vuelta?

Abro la carpeta y me encuentro con distintos archivos word con nombres de distintas personas que conozco y con las que he pasado grandes momentos. También hay un archivo que se autodenomina Instrucciones.

Entonces caigo en la cuenta. Se trata de un proyecto de libro comunitario del que cada uno de nosotros debíamos de guardarnos copia de lo que se llevara escrito. Un libro de todos abierto a todos los autores. La idea nació de un profesor de Lengua y literatura de cuando cursaba tercero de la ESO que en vez de mandarnos hacer redacciones prefirió iniciar un proyecto mucho más ventajoso, gratificante y que a la vez predispusiera a sus pupilos a la constancia, el esfuerzo, el trabajo y sincronización en equipo, a la vez que conseguir una introducción experimental en el campo de la literatura, materia iba a ser estudiada al final del curso.

Las bases eran claras y concisas: una semana de tiempo para 800 palabras. Cosa de poco hasta para un joven de apenas quince años. Participaríamos toda la clase, semana a semana, hasta terminar el curso. Probablemente escribiríamos más de un vez. Luego, tras la redacción, el libro sería revisado, corregido, editado y finalmente publicado por el instituto. El objetivo no era crear un improvisado best-seller, sino acercar la escritura a una juventud que ya no lo era tanto.

Supongo que al igual que el que aquí suscribe, quienes participaron poseerán su copia de rigor de lo que se llevaba escrito en el momento en que pudieron colaborar. Como podrán suponer a raíz de estas palabras, el libro no llegó a terminarse. Casi no llegó ni a comenzarse.

Cuatro. Cuatro personas, tan solo cuatro de casi treinta participamos en el proyecto pese a la obligatoriedad de la contribución en la obra. Tras la primera (y probablemente la segunda) contribución, cuando el texto en construcción llegó a los pasotas y a los vagos de la clase, las semanas pasaban y el libro no recibía aportaciones. El profesor (recuerdo) cogía bastantes rabietas y pasaba el turno al siguiente, turno que en más de una ocasión era directamente esquivado y recaía sobre el siguiente de la lista. El siguiente que contribuyó ya lo hizo con desgana, no llegó a las 800 palabras reglamentarias y ni siquiera se molestó en corregir las erratas que le marcaba Word. En fin, todo un espectáculo si lo pudieran leer. El último en participar fui yo, y tras mi capítulo el proyecto fue suspendido. Simplemente había fracasado. La obra estaba siendo tomada como un cachondeo y no como un trabajo de cooperación que pretendiera sacar adelante un proyecto medianamente serio.

Pese a todo, los que aportamos nuestro granito de arena podemos estar orgullosos de haber sido capaces, ya sea por voluntad propia o por obligación, de intentar llevar a buen puerto un trabajo que se pretendía como serio, al menos de puertas para dentro del instituto.

Pero aún había una sorpresa más que oculta entre los cuatro capítulos del proyecto de novela despierta tanto recuerdos como algunas reflexiones importantes.

  • Para los que aún creen en la juventud perdida. ¿Acaso una mayoría debe hablar en nombre de la realidad global? Podrán ser todo lo demócratas que quieran, y podrán preferir calzarse los debates parlamentarios que gusten, pero la Verdad, el mundo que existe, es Justo, no demócrata. No se admiten generalizaciones indebidas. Si en un grupo de jóvenes hay mayoría de perroflautas y minoría de intelectuales, lo siento, no son todos perroflautas. La única Verdad será que hay mayoría de perroflautas y minoría de intelectuales. Y esto va para todos, sobre todo para la prensa. Si no les gusta esa realidad, no es mi problema ni el de la Verdad que mutilan duda a duda, ataque a ataque, generalización a generalización, artículo a artículo (por cierto, al menos tres de los textos tienen un nivel excelente para la edad con la que se escribieron. El otro aporta un giro provocativo y casi delincuente a la novela, que se estaba convirtiendo en una historia de amor sin amor y sin historia. Textos que son todo un orgullo de la patria).
  • Los textos reflejan mucho más que una fotografía lo que realmente somos. Los literatos hablan, por ejemplo, de Tólstoi y sus constantes dudas gnoseológicas y antropológicas presentes a lo largo de su obra, en boca de tal o cual personaje. Si pudieran leer los cuatro textos se darían cuenta de que no hay diferencia entre los jóvenes y el profesor. Cada uno responde de una manera y muestra pequeñas pinceladas de la persona que es cada cual. Es magnífico para alguien que los conoce de cerca como es mi caso comprobar que lo que voy conciendo en mi búsqueda filosófica de la Verdad se respeta en cada uno de esos textos. Comprobar cómo siguen y seguirán siendo los mismos hoy y mañana.
  • ¿Pueden unos jóvenes hacer una novela que pudiera catalogarse como tal? Por supuesto que sí. El proyecto fracasó porque incluía inexorablemente la participación de toda la clase como condición esencial. Si nosotros cuatro hubiésemos continuado el texto, hubieramos tenido novela, y además, una novela publicada.
  • ¿La juventud está degradada? Evidentemente no, pero siendo igualmente sincero, la sociedad sí, demasiado. Lo que nos predispone a la irreflexión y como consecuencia de ello a la degradación general es una sociedad que persigue al reflexivo y fomenta la imbecilidad.
  • Es muy gratificante leer textos tan exentos del convencionalismo literario. Porque el convencionalismo literario existe: es ése que te dice cómo tienes que hacer esto o lo otro, cómo debes tratar a este personaje o aquel en determinada situación. Poder ser tú mismo y la historia que cuentas es lo que hace realmente al escritor, y leer unos breves textos como éstos tan vacíos y puros de parnasianismos remodelados y de ambición lucrativa que lance al escritor a guiñar al posible lector para atraerlo majaderamente los hace joyas que quizás no sean suficientemente valoradas por la crítica literaria, frecuentemente acostumbrada a mirar a bulto, pero sí por quienes puedan ver más allá de las letras y los espacios que conforman el texto.

Y no entretengo más. Mi parte comienza con la voz de una joven. Narrador femenino, ya saben. Aquí les dejo mi “parte” del pastel. Que la disfruten.

A la mañana siguiente me desperté de repente, asustada. Miré a mi alrededor pero no vi nada. Entonces un fuerte trueno retumbó en toda la casa. Suspiré por fin. Era una simple tormenta. Me levanté de un salto de la cama y decidí irme al salón para pensar en Elisa. Me sentía culpable de su secuestro. Claro, si no me hubiera enamorado de David, nada hubiera ocurrido. Pero nada se puede hacer, sólo me quedaba rescatar a Elisa de las manos de Sara por mi misma, porque ni la policía ni el CSI iban a sacar nada en limpio. Tenía que pensar un plan, ¿pero qué?

 Al poco se despertaron mis padres, y me preguntaron qué hacía tan pronto levantada, con la cacho tormenta que estaba cayendo. Mientras mi madre hablaba y hablaba, yo seguía pensando en algún detalle que me ayudara a encontrar a Elisa, pero no encontré nada. Entonces desayuné lo más rápida que pude y me marché a casa de David. Allí dentro, a solas, le pregunté:

 – ¿Sabes que me encontré a Sara ayer y me dijo que ella tenía secuestrada a tu hermana y que si no cortaba contigo y avisaba a la policía, ella la mataría?

 Hubo un silencio. Cada vez, la cara de preocupación de David se fue convirtiendo en una cara de odio.

 – ¿Eso te ha dicho? Pues se va a enterar. Voy a ir a su casa y le voy a obligar a que suelte a mi hermana quiera o no quiera…

 – ¿Es que acaso sabes dónde vive?-dije.

 – Pues claro…pero, ¿para qué quieres saberlo?-dijo David.

 – Quiero que vayamos los dos a su casa. Estoy segura de que ella no estará en casa por la tarde. Seguro que ahora estará durmiendo a pierna suelta…

 – Si así lo quieres…quedamos esta tarde a las seis aquí… ¿Te parece bien?-respondió.

 – Vale, aquí estaré.-respondí cariñosamente.

 Le di un beso y me marché tranquilamente por el  gran paseo que hay enfrente al mar. Por fin tenía la primera pista sobre el secuestro.

 Cuando llegó la tarde, David y yo fuimos a la casa de Sara. Le dije a David que nos escondiéramos en unos arbustos que estaban a ambos lados de la puerta de la casa. El tonto de él no entendía nada. A la hora de estar esperando, apareció un chico alto, delgado y rubio. Llamó al timbre varias veces, pero nadie contestaba. Después de un rato, una chica muy parecida a Sara habló con él fuera de la casa y al poco, ese chico desapareció y Sara se fue por otro lado. Le dije a David que siguiera a Sara a distancia sin meter la pata, como en las películas. Él se marchó y me quedé sola ante todo el peligro.

  Ya había anochecido y ¿si me había equivocado, y Sara aún seguía en la casa? Llamé al timbre, decidida, y al poco tiempo me abrió la puerta una mujer que debía de ser su madre. Le dije que era una íntima amiga de Sara y que ella me había dicho que fuera a cogerle una cosa a su habitación. Su madre me dijo que subiera y también me dijo que estaba muy rara, que antes le contaba todo y ahora no hablaba casi con ella. También me preguntó que si era normal que el CSI hubiera ido a interrogar a todos los vecinos de su calle por un secuestro y que si habían ido a mi casa. Le respondí que sí, para que no sospechara nada, me subí a su cuarto, cerré la puerta y eché un cerrojo que tenía.

 Me puse a buscar por todo el cuarto, pero nada. No había nada. Ni en libros, ni en cajones, ni en estanterías ni siquiera en su diario.

 Ya me iba a ir, cuando, pensando, no vi la puerta y me di una leche contra ella. Me caí al suelo y del ruido subió la madre de Sara. Me dijo que si estaba bien. Dije que sí. Pero del golpe, se cayó de la estantería un pequeño sobre. Lo cogí, lo abrí y encontré unas fotos. En ellas había una especie de acantilado, en el que había una cueva con sillas y mesas. En una de las fotos estaba Sara con el chico que habíamos visto David y yo antes de que desapareciera corriendo. Le pregunté a la madre qué eran esas fotos. Ella me dijo que eran un lugar no muy lejos del pueblo, y era un sitio que le gustaba mucho a Sara. Le dije que si me las podía quedar tres o cuatro días y que pasaría a devolvérselas, pero que no le dijera a Sara que había estado en su casa y que le había cogido las fotos, porque sino se enfadaría conmigo. Me dijo que si quería que así fuera, que así lo haría, pero que bajara a darme hielo al saloncito de abajo porque me había salido un gran chichón en toda la frente.

 Eran ya las nueve y media de la noche cuando salí para mi casa. Con el sobre en la mano y callejeando, llegué rápidamente al paseo donde vivía. Cuando llegué a casa, todo el mundo me preguntó qué me había pasado en la frente y les tuve que decir que me había caído de cabeza en la calle. Me subí a mi cuarto, y llamé a casa de David varias veces, a ver si había regresado. Llamé una y otra vez y David aún no había llegado. Eran ya las doce y media de la noche y ya me eché a dormir. ¿Qué le podría haber pasado?

VANIDADES, VANIDADES…

Siempre había querido publicar en Andalán y, hace unos días me dí cuenta de que todavía no lo había hecho.

Para aquellos que sean foráneos a la cultura aragonesa, mencionar que Andalán fue originalmente un periódico-revista cultural exclusiva o casi exclusivamente aragonesista que se editó de forma impresa entre los años 1972 y 1987. La revista tuvo como colaborador y fundador a José Antonio Labordeta entre otras muchas personas de gran actividad cultural en Aragón. No hace falta que les diga el amor que profesamos los aragoneses hacia ese gran luchador de nuestra tierra que fue Labordeta.

En la actualidad, algunos de los componentes de la revista, entre ellos Labordeta, refundaron la revista en formato web-blog admitiendo colaboraciones y manteniendo su espíritu aragonesista y cultural tan necesario y característico.

Hoy he conseguido cumplir algo que siempre quise hacer. Andalán ha aceptado uno de mis artículos como colaboración y ello me llena de orgullo y honra. Para algunos quizás no represente una gran cosa, pero sinceramente para mí, haber podido aportar mi granito de arena a la revista es poco menos que un sueño cumplido. Aunque ustedes no lo saben, este joven filósofo tan solo pudo oir de Andalán desde la barrera del tiempo, es decir, como algo del pasado, como portavoz de una etapa que ya había pasado. Andalán acabó su andadura en papel tiempo antes de que yo naciera.

Así que disculpen mi arrebato de vanidad. Les dejo el enlace por su quieren leerlo.

EL AJEDREZ Y LA REFLEXIÓN

El ajedrez, por si no lo sabían, sigue siendo en España la eterna actividad incomprendida, esa que para la sociedad solo juegan un puñado de cuatro ojos que no son requeridos en deportes de masa amorfa como el fútbol o el baloncesto. Al igual que el golfista tiene sobre sus espaldas la pesada etiqueta de pijo -y no tendría hoy en día porqué ser así-, el ajedrecista la tiene de bicho raro, de un ser aislado socialmente, incluso de ser un personaje que no ha podido lograr el amor del público y ve su gozo en una actividad ociosa que no aporta nada. Porque en el fondo es lo que piensan algunos de los políticos y de los llamados vana y vanidosamente “expertos” acerca de este deporte milenario.

En España, como digo, el ajedrez es casi un cero a la izquierda, o sea, el deporte para frikis. Al igual que en su mediocridad la sociedad es incapaz de comprender todo lo que no responda a sus cánones e intereses (generalizando debidamente y sin referirme a nadie en particular), tampoco pueden comprender que existen personas que sienten vocación por el ajedrez, por sus movimientos, por esa actividad mediocrizada en boca de los mediocres. También hay incapacidad para percibir que no hay símbolo que mejor defina las sociedades hasta la fecha como el propio ajedrez.

La vida y la realidad, a diferencia de la concepción que Pérez-Reverte tiene de ellas, no es una partida de ajedrez, pero sí lo son las sociedades que han existido hasta la fecha. Quien juega al ajedrez comprendiendo su esencia descubrirá que aún en nuestros días la sociedad se organiza como un tablero donde se intenta ganar la partida a base de injusticia, de mal, de daño, de dolor. De esos intereses que tanto amamos ciegos en nuestra imbecilidad. Los peones siguen siendo sacrificados, siguen siendo enviados al frente, a la muerte, mientras las otras piezas se mueven con sutileza, como mirando por encima del hombro al pobre peón que mantiene la posición. El peón, al igual que pretende la sociedad con cada uno de nosotros, solo es valorado cuando es capaz de mantener una posición ventajosa para la victoria, sirve de apoyo incondicional a piezas más valoradas o, tras una dura carrera contra la muerte, consigue llegar a las líneas enemigas y, siempre fiel a los suyos, vuelve como alfil, torre, caballo o dama, dispuesto a salvar el trasero de quienes momentos antes lo pretendían sacrificar sin importarle su futuro una miseria.

El ajedrez (que representa nuestra actual mentalidad injusta) también nos aporta pistas sobre la España de hoy. Para salvar la crisis económica, los valorados socialmente, que jamás serán mejores que otras personas, no dudan en palmotear los dorsos de sus pestilentes apoyos sacrificando a los peones, o sea, al ciudadano, conduciéndolo a la miseria, ante el enemigo, el mismo que nos ha metido en este pozo infecto de sociedad, concepción del mundo relativista y brutal crisis económica, o nos abandona a nuestro aire, al dogma de la supervivencia, con una sanidad recortada y sin recursos con los que poder vivir en el seno de nuestro conjunto social.

Quien juega al ajedrez, aunque sea únicamente como un deporte o un pasatiempo sin mayor tracendencia está obligado a reflexionar activamente y a ver más allá de lo aparente. Aunque no lo crean, el ajedrez tiene mucho de filosofía. Cada movimiento supone considerar algo nuevo, ninguna circunstancia se repite y el jugador, en esos momentos un pequeño pensador, debe ser capaz de ponerse en el lugar de quien considera enemigo, del que tiene delante. Y en ocasiones, al igual que el que conoce la realidad y es capaz de ver más allá que quienes le increpan sin pudor, ocurre algo mágico, algo increíble, una sensación que te recorre el cuerpo, que agita todo tu ser y te hace sentirte tú mismo. Eso tan solo ocurre cuando el jugador es capaz de sentir a su contrincante, de darse cuenta de que es una persona, como él, de que comparten más de lo que creen. Siente y ve la dificultad, la alegría, la emoción del adversario. No se solidariza con él, como diría Hume; la partida continúa. Pero hace algo más importante que solidarizarse de manera utilitarista y demagógica. Es capaz de ser el adversario, de ver sus futuros movimientos, de sentir su esencia, su alma. Cuando llega ese momento ambos jugadores son el propio ajedrez. La partida fluye misteriosa mientras los espectadores no comprenden absolutamente nada. Solo cuando se alcanza este estado la partida ha valido la pena. No hay rencores ni apariencias de perdón cuando termina, no sin esfuerzo, el combate en el tablero. El apretón de manos es sincero, ganador y perdedor están en paz, con la justicia de haber conocido al contrincante y de haber jugado limpio. Únicamente un fantoche sería capaz de regodearse de una victoria en el ajedrez, de humillar al derrotado. Tan solo alguien que no comprende el juego.

En este asunto y no en el aparente, el ajedrez sí representa la vida. No en lo que sucede en el tablero, solo comparable con lo que sucede en la sociedad hipócrita de nuestros días, sino en lo que viven sus jugadores, en la unidad que alcanzan durante el juego, en la comprensión que logran, en el verdadero conocimiento.

El ajedrez obliga, cuanto menos, a reflexionar y a pensar. Cuanto más, a iniciarte en el pensamiento, a acercarte a la auténtica realidad, a tí mismo y a Dios. Al todo del que formamos parte y al que hoy por hoy rehusamos pertenecer.

El ajedrez, si lo piensan, representa al filósofo. Es más, hasta en esto el jugador-filósofo se corresponde con el auténtico filósofo de la realidad. El filósofo, para ser un auténtico filósofo, no parte de ningún maestro, ningún patrón de ajedrecista profesional es tomado disciplinariamente. La realidad debe fluir en el filósofo para poder, no sin esfuerzo, llegar al conocimiento, al auténtico conocimiento. El pensador puede tomar referencias de sus predecesores pero nunca tesis de los mismos, y debe de ser capaz de ver él mismo para poder conocer verdaderamente. El filósofo, no el que es consecuencia del adoctrinamiento en vacías aulas de universidad sino el que lo es por sí mismo, que es capaz de conocer y poner en el lugar que le corresponde cada cosa, es de los pocos que están fuera de la pútrida convención social, de su imbecilidad, de sus tonterías y de su tiranía. Y precisamente por esto no guarda rencor al equívoco, al error, al contrincante igualmente filósofo. Quizás discutan, quizás sus partidas, sus enfrentamientos, parezcan acalorados, llenos de ira y odio, pero acabarán, finalmente, por darse la mano, por felicitarse por lo bien que se ha jugado, por lo que cada uno ha podido conocer y aportar, y por caminar juntos hacia el conocimiento haciendo este mundo y ese juego mejor de lo que son.

Y acabo ya, que me extiendo. Quería compartir estos pensamientos y filosofía con ustedes. ¿Aún piensan que el ajedrez es un juego de frikis? ¿De verdad aún piensan que nuestra sociedad es justa y respetable? Les invito a jugar a ajedrez, a que reflexionen y a que vean más allá de las piezas, el tablero y la supuesta victoria sobre el oponente. Jueguen, que es gratificante. Se lo aseguro.

Cachorros sin manada

En algunas ocasiones, donde menos te las esperas, ocultas bajo valoraciones algo hipócritas y desustanciadas te encuentras las mejores obras que la literatura internacional hasta el momento puede regalarnos deleitándonos con reflexión, pensamiento y cruda realidad.

Ya me ocurrió lo dicho con un grande, con el gran chamán Tólstoi y su infravalorada novela Hadjí Murat, y me ha vuelto a ocurrir una vez más con una novelaza, que pasa desapercibida en el amplio historial de publicaciones de su creador y que es lectura obligatoria en bachiller.

Hablo de Los Cachorros, obra ahora fundamental del reciente premio Novel de literatura Mario Vargas Llosa, una de las más laureadas y a la vez relegadas de su panorama editorial.

Los Cachorros resulta un ejemplo magnífico de novelita corta, cercana al cuento más literato y elaborado que participa activamente de las corrientes del “boom” literario hispanoamericano. La novela, que en algunas ediciones como la que aquí presento apenas cuenta, con acotaciones y referencias incluidas, 59 páginas, no solo es una obra asequible a la paciencia de todos los lectores, sino que además posee un ritmo de acción en la trama que evita la somnolencia pesada en el lector. Quizás por ambos atributos la novela, novelón como pocos se pueden escribir, ha sido “pesada al bulto” por ciertos críticos literarios y personal de consejería en educación y ha sido incluida como lectura final y pasajera en unos planes ministeriales de educación tan ociosos como extrictamente necesarios en los tiempos que corren. Sin embargo esta vez han acertado, lo hicieran consciente o inconscientemente. Los Cachorros es el mejor ejemplo que se puede entregar a todo aquel al que le corresponde enfrentarse al mundo pestilente y dogmático al que nos lanzan mucahs veces contra nuestra voluntad.

Sí, no lo voy a negar, no quiero que haya malinterpretaciones. Los Cachorros me ha gustado mucho. Muchísimo. Como pocas lecturas hay que lo hagan. Escasas son las que te hacen reflexionar e incluso en mi caso rememorar lo que voy atisbando en mis humildes ansias de conocer la realidad. Más breves todavía aquellas que se atreven a poner zancadilla a esta parafernalia de sociedad que maltrata al ser y trata de convertirlo a su dañina y despiadada “religión”.

Porque Los Cachorros trata precisamente de eso.

Hederera o antecesora de La ciudad y los perros, la breve novela, casi cuento, refleja el estado moribundo de una sociedad déspota, anclada, cruel y cribadora. Toda la sociedad, todo nuestro mundo en su integridad es simbolizado por la sociedad del distrito limeño de Miraflores, al igual que hizo Antonio Machado al representar la España de pandereta atrasada y cainita con los extensos campos castellanos. Si uno no es peruano o no tiene contacto alguno con el país, Miraflores no le dirá absolutamente nada. Por eso conviene agenciarse una edición con buenas referencias a pie de página. Miraflores es en Lima lo que Salamanca es en Madrid, por poner un ejemplo. Un barrio de burgueses, de empresarios aposentados en su marcado estamento social de los años cincuenta, en los resquicios de la guerra petrolífera con Ecuador que tan ampliamente había sido ganada por Perú. La religión, las formas, las apariencias y la hipocresía lo son todo en un torbellino infernal que arrastra al allí nacido a su sometimiento o su destrucción.

En la novela, precisamente, se presenta esta segunda opción: el protagonista, Cuéllar, es emasculado como ser y como miembro de esa sociedad a la que por condición familiar está obligado a pertenecer. El protagonista, que nunca termina por ser aceptado en ese grupo de cachorros, acaba siendo una sombra, un espectro que pese a sus esfuerzos por lograr la aceptación social es tratado como lo que se ha convertido, en un espíritu sin ser ni sentido de existencia, en un ser sin esencia, en nadie.

La novela acaba, como no podía ser de otra forma, en una tragedia narrada desde la hipocresía y la irreflexión de los otros cachorros, entonces tigres de una sociedad circense que los obliga a exhibirse y a venderse como personas y como seres.

Los Cachorros expone entre líneas tanto la desgracia, ya anunciada desde las primeras líneas del texto, como la virtud de cada etapa por la que pasan nuestros protagonistas. Lo bueno y lo malo se mezcla caóticamente en una espiral de incertidumbre e imbecilidad social que acaba o bien por estrangular intelectualmente al cachorro que en ella se ve obligado a sobrevivir, o bien por apartarlo de la sociedad y a condenarlo al perpetuo purgatorio de haber perdido suropia entidad y a la vez no ser valorado por quienes se ha prostituido.

Si la temática de Los Cachorros ya es por sí misma pieza imporante para comprender la sociedad de nuestros días, la simbología, constantemente presente en el texto es fundamental no solo para entenderlo, sino para comprender a qué clase de abismo se dirige el cachorro más endeble del grupo, Pichula Cuéllar. Desde el mismo comienzo, los cachorros son seres bandeados por las influencias sociales y las convenciones con la que tienen que convivir, muy influenciados por la voluntad tanto de profesores como de sus propios progenitores. Algo así como lo es todo perteneciente a la sociedad en la que vivimos.

Vargas Llosa, fiel realista del mundo veraz que pretende transmitir al lector sabe bien cómo cautivarlo e introducirlo en la historia. Si los constantes guiños a una realidad social global que traspasa las fronteras del tiempo no son suficientes, y los símbolos utilizados no son lo suficientemente explícitos, trabajados y a la vez sencillos de comprender como para sumerger al receptor en la suntuosa trama, un juego narrativo de voces, que alterna la insensibilidad del que conoce la historia y la narra en tercera persona y la voz camuflada de un miembro del grupo de cachorros que lo hace en primera del plural termina por rodear al lector hasta hacerlo partícipe de una conversación directa y amena, donde el diálogo fluye escondido en un océano narrativo que obliga al lector a estar atento, a encajar cada voz en el personaje del que procede y a reflexionar al sentir como propia la frialdad con la que se cierra la tragedia sobra la que versa el libro.

Los Cachorros es un libro para la reflexión y para hablar libremente. Es un soliloquio que denuncia la frialdad social, sus formas y su cainismo despreciable. Vargas Llosa lo pretende desde el principio logrando, con un final flojo y abierto, que ninguno de sus lectores quede en absoluto indiferente.

No es un libro para preuniversitarios, es un libro que hace aviso a los navegantes por los mares sociales de todas las edades, épocas y culturas.

Por eso, pese a que la obra ha crecido hasta hacerse novela sigue siendo un cuento encubierto, un diamante en bruto cuya moraleja pasa por un plano general y abstracto hasta adaptarse a la vida de cada uno de sus lectores haciéndolos cómplices de los abismos existenciales que allí se narran.

Quizás para los críticos, Los Cachorros sea una novela de segunda dentro del panorama lucrativo y editorial que genera la obra completa de Vargas Llosa. Sin embargo, el texto tiene vistas de ser el mejor libro del escritor peruano.

Toda una joya que está dispuesta a darnos una leción de verdad.

Ateismos y laicismos

Escudados bajo el amplio manto del laicismo y amparados en el extremo conformismo que se respira en estos tiempos, multitudes que se proclaman ateas han decidido salir a las calles a “convertir” a todos esos descarriados “infieles” a su visión nihilista de la vida.

En un siglo como el nuestro donde todo está oscuro y la tontería campa a sus anchas, como creo haber comentado ya en otros artículos, todo es posible, incluso que se empleen simbologías sin sentido que hacen referencia a realidades indebidamente politizadas. Una de esas marchas simbólicas de las que no se sabe muy bien qué se pretende es la que en numerosos medios de comunicación saltó a la luz hace un par de días acerca de la petición denegada de una especie de procesión atea en pleno Jueves Santo, uno de los días de mayor culto, como saben, de toda la Semana Santa católica, por las calles de Madrid.

La prensa, al menos la que pude leer, no ofrecía detalles acerca de las pretensiones de los nuevos cofrades. Lo que sí dejó claro es que eran grupos de asociaciones tuteladas bajo el laicismo, el mismo concepto cuya definición nos empuja al respeto de culto y a la libertad personal, justamente dos de los preceptos aparentemente no respetados en tal manifestación.

Supongo que los que intentaron promulgar tal marcha piensan que todo lo que no responde a sus cánones y planteamientos debe ser apartado del mundo en el que viven. Aquellos que creen fidelignamente que deben imponer sus creencias tan solo porque lo creen y piensan. Y como buenos hijos de su tiempo, aplicando la estrombótica costumbre de salir a las calles con difusas simbologías en señal de protesta furibunda, han decidido hacer legal tal falta de respeto a los miles de creyentes que inundan con devoción y sentimiento las calles únicamente por amor a Jesús de Nazaret y a su palabra. Porque de haberse aprobado, de haberse permitido tal ataque al verdadero laicismo, el que propugna la libertad, legal hubiera sido, pero también detestable y aberrante en la realidad. En dos palabras: filosóficamente repugnante.

Pero para salud de todo y de todos se ha evitado la tangana que probablemente se habría producido de cruzarse manifestantes y oferentes. No quiero juzgar de antemano ni mucho menos atacar a nadie, pero lo único que he podido observar en tal proposición es la intención de provocar al creyente y de faltar al respeto de un personaje histórico como fue Jesús. Muchos parecen olvidar que deidad y religión podrán ir de la mano, pero no son lo mismo. Lo olvidó Marx, lo olvidaron los ideólogos convencionalizados, lo olvidaron en política. La religión, como toda organización humana, es humana, y por lo tanto, hija de su tiempo. Todas las corruptelas y toda la violencia y daño ejercido en nombre de Dios o en su representación no dejan de ser enmascaradas acciones humanas, de igual índole que las que cualquier otra organización o persona meramente humana pudieran hacer. El empleo del nombre de Dios para tales actos ha terminado por degenerar injustamente su imagen desembocando en un sentimiento de repulsa tanto hacia las religiones como hacia el propio Dios y todo lo relacionado con él. Así, de un plumazo, la mentalidad veintiunesca solo admite a Dios dentro del marco religioso y ha convertido su creencia o su convinción o conocimiento de su existencia prácticamente en un mero pasatiempo con el que se entretiene la humanidad cuando no sabe qué hacer. Por eso, supongo, aquellos que no siguen ninguna religión consideran las puertas de Dios cerradas y, aprovechando momentos de confusión teórica y filosófica como los tiempos que nos acogen, deciden agredir a la memoria de personajes históricos como lo fueron la Virgen María, los Apóstoles o Jesús de Nazaret; a Dios y a toda esa voluntad y sentimiento que millares de cofrades y oferentes profesan durante esas marchas de desbordante simbología.

Por eso, no termino de comprender qué se proponía reivindicar con la marcha atea, que no laica, del Jueves Santo en Madrid. ¿Acaso que se abandonen creencias y convinciones acerca de la existencia de Dios? ¿Que se suspendan las procesiones cristianas? ¿O simplemente que se persiga a toda persona que no acepte los dogmas ateistas? En cualquier caso, independientemente del partido político que gobierne, me parece más que acertada y coherente la medida. Aunque solo sea porque en política interese mantener una Semana Santa tranquila y sin trifulcas. Desde luego, lo que queda claro es que tales marchas en días tan señalados y sin ninguna reivindicación evidente, justa y necesaria por la que protestar no dejan de atacar impunemente a la libertad de culto y al verdadero laicismo, ese que se recoge tan claramente en la misma Constitución Española que tanto se defiende a la hora de justificar acciones y decisiones dentro del panorama legal.

Igual que este escrito, que no atenta contra nadie, queda amparado por la libertad de expresión, que no es un derecho, sino algo que nos corresponde simplemente por el hecho de ser seres humanos. ¿O es que acaso pensar, buscar la verdad, hablar de ella, dar una opinión, creer en algo o profesar una fe y unos sentimientos son objeto de ataque y persecución pública? Los tiempos de los linchamientos acabaron hace años. Ahora toca abrir la verdadera y no tergiversada etapa del respeto y el conocimiento verdaderos.

PD: Aprovecho este primer artículo para darles la bienvenida al nuevo blog. Siéntanse como en su casa. Las normas, si es que ciertamente las hay, son las mismas y una sola: este blog se reserva el derecho de admisión, es decir, que se deberán respetar la opinión y la palabra de cada uno. Salvada esta distancia, como decía un antiguo profesor de literatura, sus comentarios serán bien recibidos y sus palabras, atendidas y escuchadas. Muchas gracias por su presencia aquí y por su tiempo.