Al comienzo de Horizonte del Liberalismo aparece:
He creido impropio aducir citas en el curso de estas páginas, por no ser ellas un trabajo de investigación, para el que haya sido precisa una preparación especial.
Cuando se publicó el libro, al comienzo de la década de los años treinta, María Zambrano rondaba los veintiséis años y acababa de estrenarse como escritora en el complicado ámbito del ensayo. El ambiente que la rodeaba no era precisamente amical, dominado por una cultura fraccionada en vanguardias y una filosofía decadente a medio timón entre el nihilismo alemán y el bakunista regida con solemnidad académica desde las grandes urbes centroeuropeas. Por eso sorprende bastante encontrarse como prólogo una nota con la sinceridad y la pureza suficientes como para convertir lo que pretende ser un cuaderno de notas en todo un ejemplo de cómo debe escribirse un ensayo por encima de los decretos con que los académicos han conseguido pastorear y limitar la profundidad y frescura de este género.
Descubriré mis cartas: no suelo leer demasiado ensayo, y mucho menos, si es filosófico. No hay nada peor para alguien que tiende a conocer por sí mismo que tener que discrepar con cada párrafo de un libro. Sin embargo, y a pesar de mi hostilidad ante este tipo de lecturas, suelo agenciarme textos de todo tipo de temas y autores que voy leyendo en pequeñas dosis, dejándome llevar por el diálogo entre escritor y lector que fundamenta la existencia de la literatura. En el caso de Horizonte del Liberalismo me llegó como regalo, ya que el ejemplar había sido liberado por una biblioteca y acabó recayendo en mis manos. Lo primero que hice, como hago casi siempre, fue leer su final. Dice así:
Y es que cuando el mundo está en crisis y el horizonte que la inteligencia otea aparece ennegrecido de inminentes peligros; cuando la razón estéril se retira, reseca de luchar sin resultado, y la sensibilidad quebrada solo recoge el fragmento, el detalle, nos queda solo una vía de esperanza: el sentimiento, el amor, que, repitiendo el milagro, vuelva a crear el mundo.
Se refiere a un futuro capaz de ser vislumbrado en la época en la que lo escribe: en una sociedad asustada por el miedo a la guerra y fundamentada en la venganza donde el pensamiento está cada día más fragmentado, degradado y aniquilado, es necesario retornar cuanto antes a la realidad, a lo que somos, y reparar todo el daño ocasionado, exactamente lo que necesitamos en nuestros días con vital urgencia.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención es el párrafo que corona el prólogo. ¿Seríamos hoy capaces de rebelarnos contra el dogma académico y dedicarnos a escribir de verdad? Existe una obsesión irritante por relacionar cada texto, párrafo o línea con otra ya existente, como si todo tuviera que ser una copia de algo previo, como si nadie más pudiera pensar por sí mismo o escribir genuinamente en un estilo similar al que alguien del pasado utilizaba. La teoría de las Ideas reventada en las universidades occidentales.
Es cierto que cuando se escribe el autor suele fundamentarse en el estilo y los métodos de sus antecesores que más se corresponden con lo que pretende trasmitir y con su estilo personal, único e irrepetible. Pero una cosa es utilizar los diferentes estilos como acicate para reforzar el tuyo propio y otra emplearlos a discrección, copiando directamente la técnica de otra persona sin pudor alguno. No es lo mismo tomar referencias que copiar, y por eso mientras en el primero se translucen rasgos emparentados con otros ya conocidos, en el segundo caso el esquema de lo nuevo y lo viejo es exactamente el mismo, como si fueran copias anacrónicas de un mismo texto. Esta diferencia ha sido llevada al extremo, castigando de forma desproporcionada al género del ensayo a causa de su estilo elocuente y, teóricamente, sincero.
No creo que a Montaigne le gustara lo que se está haciendo con el método que con esfuerzo levantó en el ambiente filosófico. Tengo la colección de sus Essays (en français, of course) y si algo creo haber notado que se transparentaba de ellos no es precisamente un meapilismo pedante hacia el lector, ni siquiera un intercambio de palmoteos dorsales con los otros pensadores que pudieran llegar a leerlos, sino naturalidad escrita según los cánones de la época. Hoy en día, si un ensayista renunciara a añadir citas por no haber tomado referencias ni consultado ningún otro texto, obra y autor arderían probablemente en la hoguera. El ensayo no puede generalizarse ni limitarse al caso de una temática fundamentada en una investigación sobre obras o sucesos ya existentes porque no todo lo que es ensayo se centra en la investigación. El ensayo filosófico es, con diferencia, el mejor ejemplo posible. Salvo que nos refiramos a la vida y obra de un pensador (por lo que ya no será necesariamente filosófico, sino histórico y analítico), no tiene sentido justificar ante el censor académico el conocimiento propio del filósofo con el recogido por los pensadores del pasado, porque la realidad no es siquiera un estilo literario o un método cartesiano que aplicar y al cual referenciar, sino algo que no depende de nosotros para que exista y que puede ser conocido directamente sin necesidad de haber tenido contacto con ninguna otra obra. No debe de ser aceptarse jamás que el conocimiento de alguien quede reducido a simples notas de la filosofía anterior. El ensayo es un estilo puro, fresco y centrado en el contenido, y por tanto no tiene sentido reducirlo a una serie de expresiones míseras incapaces de transmitir algo por sí mismas.
María Zambrano se atrevió en su primer libro. Ojalá nos atrevamos nosotros también.
Voy a ser un poco provocadora.
Ya has dicho lo que no hay que hacer. Borramos y dejamos el papel en blanco. ¿Cual es tu idea?
(Perdóname si no he entendido bien tu post. Estoy con el clásico catarro y un poco espesita.)
Un abrazo
María
Sí que lo digo. Aquí, por ejemplo:
“¿Seríamos hoy capaces de rebelarnos contra el dogma académico y dedicarnos a escribir de verdad?”
Es decir, lo que ocurre es que el ensayo pretende ser una forma amplia y libre, capaz de extenderse a casi cualquier ámbito, como de hecho ha ocurrido históricamente. Lo que sucede es que desde los ensayos de Montaigne hasta nuestros días ha habido una especie de imposición de normas que ha ido poco a poco coibiendo este estilo literario. La mayoría de estas normas están más preocupadas en que no se alarme ni se sofoque el lector que por el contenido y la manera en que expresan las cosas. Una de ellas es la obsesión por referenciar, porque una cosa es hacer un índice de referencias si se han consultado otras obras y otra muy distinta tener que estar justificando cada línea de esta manera. Como el ensayo es tan amplio y está desprovisto formas literarias a priori, no todo lo que es ensayo puede reducirse a un trabajo de investigación. De hecho, si uno leyera un auténtico ensayo filosófico, lo que debería encontrarse es una única relación de las cita a otros autores que se han ido añadiendo como muletillas de lo que se explica por el texto, pero nunca referencias del auténtico contenido del ensayo.
Dicho de otra manera, hay que volver a escribir con la frescura e independencia que merece el ensayo, siendo justos, pero sin pensar tanto en el lector al que se quiere agradar.
María, gracias nuevamente por estar ahí. A veces es necesario retomar las ideas principales y extraerlas del texto. Cuídate ese catarro, porfa. 😉
Un abrazo.
Describes lo que ocurre y le das una interpretación negativa. Se puede ver al revés. Lo que ocurre es consecuencia de un aumento espectacular de gente que quiere expresarse por escrito. Hace poco tiempo que dejamos atrás el analfabetismo. En aquella época saber leer y escribir suponía un inmenso poder que nada tenía que ver con las ideas. Como siempre, también había escritores geniales.
Hoy escribimos todo el mundo. Para acceder a unos determinados puestos sociales tienes que dejar constancia escrita de las líneas maestras que dibujan la carretera que te llevará a ese “despacho” y es ético citar al autor de las ideas que se reproducen “literalmente”.
Entiendo lo que quieres decir, pero de la forma que lo expresas creo que es una advertencia que se debería dirigir a quien advierte. Dicho así no estoy segura de que me esté explicando bien.
Quiero decir que quien escribe “inocentemente” lo hace en primer lugar para establecer esa distancia donde proyectar su pensamiento y así poder leerlo en primera persona. Al mismo tiempo se confía en que el lector verá lo que queremos decir y si es así, la felicidad será completa.
El problema viene cuando no tenemos claro por qué escribimos. Esa lucidez solo se consigue si nos leemos primero antes de querer que los demás nos premien.
Leo lo que te he escrito y me río, porque no sé si conseguiré que leas lo que he querido decir.
Sigo acatarrada aunque me cuido. Gracias.
Un abrazo.
Creo que sé a lo que te refieres: la gente escribe según unas determinadas “normas” para alcanzar diversas valoraciones sociales. Pero yo en ningún momento me refiero a eso.
Esos actos no puedo considerarlos realmente “escribir”. Es como el arte. Llega un momento en que deja de transmitir cosas porque nadie pretende transmitir nada, y simplemente acaba dando lo que el público quiere. Luego, cada uno, arreglo a esa convención y a su ser creerá detectar unas cosas u otras, pero si lo piensa, si intenta conocer la realidad de la obra, se dará cuenta de que no hay intención de transmitir nada. En narrativa, como hemos comentado en otros post, se manifiesta con las novelas de tesis: sé que el lector quiere llorar con el maltrato, le cuento una historia de maltrato con todos los tópicos que haga falta y me forro, gano premios y me subvenciona el ministerio de igualdad. Pero eso no es literatura porque no se pretende transmitir nada, tan solo se pretende reiterar lo que quiere pensar el lector. El autor solo se limita a transcribirlo en palabras y a vendérselo.
Con el ensayo pasa algo parecido, salvo por la diferencia de que este estilo es mucho más amplio que la narrativa o que la poesía. Puede variar desde la simplicidad científica (más ecuaciones que palabras) hasta el filosófico (todo texto), pasando por todo tipo de publicaciones intermedias. El ensayo es un género de expresión, sin símbolos, directo y sin miramientos. Que haya gente que lo utilice para fines morralleros es otra historia y es debido a otros motivos que no tienen que ver directamente con el hecho de escribir.
Hablo de un auténtico rechazo al ensayo que no cumple los requisitos que los académicos (por llamarlos de alguna manera) quieren que cumpla. Directamente no lo tienen en cuenta en lo que es (que lo valoren o no en especial no es vinculante con esa realidad) o le ponen trabas. Un ejemplo de ello son las referencias: una cosa es citar las obras que se consultan y otra es intentar buscar una procedencia directa a todo. Ésto, principalmente en filosofía, es falso, salvo que se esté refiriendo al pensamiento de algún autor.
No es una sugestión mía ni mucho menos una interpretación de lo que ocurre. Fíjate que esta situación termina por limitar las versatilidad propia del género del ensayo, y acaba por tener consecuencias en el pensamiento y la filosofía.
Gracias nuevamente.
Completamente de acuerdo. Mi discrepancia está únicamente en un matiz pequeño, como un duende. La sombra del NO puede ocultar un sí que quiere ser descubierto. Todo tiene un aspecto ambivalente.
Me encantan estas conversaciones. Gracias, David.
Un abrazo
María
Gracias a tí por conversar de estos temas sin remilgos.
Un gran abrazo.
David