>Con todos los respetos leles podemos ser todos. Hombres y mujeres, leles y lelas. Todos. Ricos y pobres, políticos y científicos, personal público o privado, de izquierdas o de derechas… Todos a una. Todos podemos ser leles en cuanto dejamos de pensar por nosotros mismos y considerar qué es correcto o no moralmente. Es entonces cuando nos convertimos en unos leles de primera.
Admítanlo, todos hemos sido -o somos- leles alguna vez. Y se preguntarán: ¿y ser lele que tiene que ver con las leyes? Pues bastante, la verdad. Ser lele -no se vayan a asustar- es una cualidad del ser humano que desarrollamos en el mencionado momento en el que acatamos las más absurdas normas sin dejar opinar a nuestra “moral”, esa cosa que muchos quieren extirpar y no pueden. No se preocupen por la referencia filosófica y no busquen en todo el artículo insulto ni falta de respeto porque no la hay. La ley -como todo el mundo sabe- es un método que hemos creado con el fin de regir la sociedad para que no nos desmadremos demasiado y hagamos cosas perjudiciales para el conjunto de la sociedad. Bien, ahora el problema es saber cuándo una ley deja de ser “ley” para convertirse en la aberración del exceso de poder humano descontrolado -recuerden que para ejercer el poder no existe ley-. Pues esa referencia nos la dicta nuestra moralidad. La moralidad es libre, no existe ley que la domine ni la dogmatice. La moral nos defiende, a cada paso de las injusticias cometidas, de que perdamos nuestra integridad mental y nuestra capacidad para pensar. Por eso, no hay ley -ni la habrá- que domine la conducta moral.
Pero la paradoja es que aquéllas normas que son de bienestar común deben ser acatadas por nuestra propia integridad. La moral esto lo acepta. Sí. Lo que no acepta son las idioteces, las “liladas”. Idioteces legales como prohibir escuchar música en las playas, cerrar los chiringuitos en las mismas o no poder correr por la calle ni aunque sea una emergencia. Es justo cuando legalizan semejantes liladas discriminatorias e incoherentes cuando se nos queda cara, cuerpo y espíritu de lele, pensando qué salió mal el día de la votación de su pueblo, ciudad, Comunidad Autónoma o país. Y lo peor: no nos sirve de nada. Absolutamente de nada. Pero lo que quizás es más grave es que sean personas con una cierta responsabilidad las que desarrollen esas liladas. Piénsenlo por unos instantes. Es vergonzoso. Y aún peor: cuando intentan atacar a nuestra moralidad y orgullo diciendo frases que no opinan de nosotros, porque ciertamente no lo demostramos. Es decir: casi siempre intentan frenar nuestros pensamientos y nuestra moralidad para legalizar la lilada de turno. Pero es en ese momento cuando las personas no acatamos las normas y se complica la cosa. ¿Desobedencia civil? ¿Población inmadura? Nooo, para nada. Población madura y moral. Porque imagínense el caso, que es real, de no poder correr por la calle. Imagínense que en una avenida de amplias aceras su niño, en un momento de distracción se le escapa y está a punto de cruzar la calzada. Es entonces cuando corre los 100 metros lisos batiendo el récord mundial para salvar a su criatura. Y justo cuando la salva, al borde de la calzada, viene un agente a comunicarle que acaba de violar la normativa tal de la sección tal y tal y que por tanto le van a caer tantos -bastantes- euros de multa. Ah, y no proteste, que le caen otros tales. Y no tarde en pagarlos, que le cae recargo… Sinceramente, ¿creen ustedes que sería entonces correcto dejar que su niño fuera atropellado por no violar la lilada de normativa, ley o lo que sea? Eso es la moral, aquello que no permite que cometamos la imprudencia de respetar normas o dictámenes que arriesgan nuestra integridad constantemente. Para eso somos humanos y no máquinas, para pensar, para desarrollar, para rebelarnos su hace falta, para acatar…y todo esto, señores, es la madurez de una sociedad. El saber gobernar sin abusar de su poder, el saber legislar haciendo cosas cabales y no idiotas, el saber acatar cuando lo es necesario, el saber opinar y pensar, el saberse rebelar contra las injusticias… ¡Y lo que digan los demás son manipulaciones! Las personas somos personas, seres con defectos y virtudes, y nos regimos por nuestra moral, no por leyes, y más aún si son absurdas.
Por comentar algo de hace un par de días, en Madrid se pretende subir al profesor en una tarima, otorgarle de nuevo el “usted” casi perdido y nombrarlos públicamente del mismo calibre que un juez o un policía. Todo esto, a mi juicio, está muy bien, porque todas las personas merecemos nuestro respeto, pero la pregunta es hasta qué punto es necesario dar autoridad a un colectivo. Veamos. Seguro que conocerán, aunque sea de leer este blog, el caso de los ciclistas en Zaragoza, donde las ordenanzas, poco racionales, permiten que el ciclista vaya por la acera pese a contruírse carriles bici. ¿Cuál es el resultado de esta ordenanza? Que los ciclistas tienen exceso de autoridad en las calles, desobedecen las normas que los protegen y encima provocan problemas y accidentes a los peatones. Pues con este tema -esperemos que no- puede llegar a suceder lo mismo. Por eso, cada uno, antes de defender una norma debe “consultar” a su moral para preguntarse qué secciones de la misma son correctas o no, o cuáles son idiotas, como lo es a mi juicio, la de la tarima, ya que no servirá para dar más autoridad. Todo lo demás lo creo correcto.
Ahora, espero no serles pesado, viene otra duda: ¿los chavales van a respetar la norma?
Pues simplemente por ser ley no. Será, en todo caso, porque la educación que hayan recibido sea la del respeto, porque una ley, se lo aseguro, no hará que los chavales respeten o no al profesor, al educador o a sus padres. Eso es el terreno de su moralidad influenciada por la educación recibida. Así que pese a la necesidad de la norma, les tengo que desilusionar, y es por esto que les pido que no se crean palabras necias y ambiguas que les creen dudas.
Después, y para finalizar, querría reflexionar sobre el posible abuso de poder que ciertos profesores pudieran tener sobre ciertos alumnos. Como somos tan diversos, hay que comprender que ahora con las nuevas leyes algún profesor borde puede presionar a los alumnos para que protesten y entonces, bajo sus malas artes, o ellos o sus padres reclamarles algo de malos modos y poder denuciarlos, sólo como muestra de su autoridad. Esto ya ha sucedido con mujeres que se han hecho cortes, heridas y moratones para denunciar injustamente a sus parejas con el fin de lograr indemnización o de vengarse por un asunto pasado.
Así que como última petición querría que cada vez más dejáramos de ser leles y fuéramos capaces de entender y juzgar según los hechos demostrados, según la moral y efectuar unas leyes amplias que defiendan a los colectivos desprotegidos pero que no les den demasiado poder, y eso se regula con otras leyes que obliguen a demostrar que lo denunciado es real y que se reconozca la igualdad a favor de todos colectivos y sexos sin dar ventaja al opuesto y viceversa.
Espero sus comentarios…