EL CAMINO DE LA AUSTERIDAD

Cuando el bueno de Tolstói promulgó su pensamiento sobre la relación entre felicidad y vida lo hizo con un sólo motivo: que a la humanidad le entrara algo de razón y comprensión acerca de adónde nos dirigimos. Por supuesto, el pesado, el cansino de León Tolstói escribió sus obras durante la segunda mitad del siglo XIX, así que llevaba una agradable ventaja frente a los librepensadores que tendrían que venir después.

Tolstói era un tipo de trinchera y eso me gusta. Quizás se ponía un poco pedante cuando se alargaba con alguna gran obra y la terciaba con un pequeño ensayo o con alguna disertación con ademanes de homilía de misa mayor para terminar de redundar lo redundado. Por ejemplo, al final de Guerra y paz, cuando escribe un muy interesante pero innecesario ensayo acerca de la guerra y el poder. O en Anna Karénina y la parte en la que a Kostia se le iluminan las ideas y llega a su casa, coge a su esposa Kitty y le suelta que acaba de descubrir el verdadero sentido de la felicidad: la vida sencilla.

Vale, León, te pasaste. Ya habían quedado claras todas estas ideas en las actitudes de los personajes del príncipe Andrei, Pierre y Kostia respectivamente en ambas novelas. Lo hiciste un poco mejor en Resurrección, pero aún así, lo que agita verdaderamente el alma, lo que provoca que cerremos el libro y nos dejemos llevar por lo que acabamos de leer son precisamente los hechos de la narración. Lo sabías muy bien, si no no se explica que hubieras escrito obras de arte como La felicidad conyugal, El cupón falso o la so called Hadjí Murat. Quizás el tiquismiquis sea yo y no tú, a pesar de que me encantan esos anexos en los que las cosas quedan bien claras. Para muchos, en ocasiones también para mí, son redundancias, pero pensado para un gran público, que difícilmente analiza cada idea sino que se traga las páginas en transversal, un pequeño ensayo al final del libro o una serie de escenas aparentemente innecesarias e incluso forzadas donde se explican las tesis meticulosamente tejidas en la narración es imprescindible para que por lo menos un trocito de la esencia de los libros logre quedar en la mente de cada lector. Es el precio a pagar entre escribir quinientas páginas de ensayo filosófico y narrar para dejar las cosas claras. En la virtud del término medio se encuentra la ficción que acaba con ensayo, que no termina de ser del todo ficción ni absolutamente ensayo, sino que son como los cuentos con moraleja que el viejo Tolstói les contaba a sus nietos.

Y más cercano al cuento hay un breve relato que apenas ocupa nueve páginas en pdf que se titula ¿Cuánta tierra necesita un hombre?, en el que la idea de la felicidad, la vida y su relación con la vida sencilla no está ensayada sino narrada a través de la actitud de Pajom. Pues bien, por si Tolstói no hubiera sido suficientemente explícito en el cuento, a pesar de haber dado la lata con capítulos teóricamente innecesarios para lectores que no sean chimpancés, después de haber escrito, divulgado y soltado discursos (entrevista incluida del gran Chéjov por en medio) hasta el final de su vida, parece que no ha quedado claro qué puñetas nos quería decir Tolstói a juzgar por artículos como el que accidentalmente me he encontrado en el número 92 de la revista Mente Sana que justifica en el breve cuento de Tolstói la redención de la torpe e ingenua ciudadanía en manos del adoctrinamiento de la austeridad. De hecho, el artículo comienza con las siguiente autoexplicación (auto porque parece que sea el firmante quien intenta convencerse a sí mismo más que convencer a los potenciales lectores). Las negritas son mías:

El camino de la austeridad, una actitud vital llena de dignidad y gozo. 

La austeridad, bien entendida, nos recuerda que podemos progresar continuamente, pero hacia adentro. Más que un fin, es un camino que haya sus recompensas en los goces y lujos más cotidianos y sencillos, alejados de la sobreabundancia material y de los deseos sin fin que caracterizan nuestra sociedad.

Vayamos por partes. Si buscamos austero en la web de la RAE, obtenemos los siguientes resultados:

austero, ra

(Del latín austerus y del griego αστηρς)

1. adj. Severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral.

2. adj. Sobrio, morigerado, sencillo, sin ninguna clase de alardes.

3. adj. Agrio, astringente y áspero al gusto.

4. adj. Retirado, mortificado y penitente.

Hay dos acepciones intercaladas: el significado tradicional, que generaliza la austeridad como la actitud propia del hombre sencillo, entendido sencillo en occidente como la persona que roza o supera la tacañería y la mezquindad; o el sentido de retirado, mortificado y penitente, o sea, la actitud del amargado, que lucha por limitar la vida de los demás porque es incapaz de vivir la suya propia. La austeridad, bien entendida, y sin necesidad de aclaraciones por parte de la RAE, es pobreza, limitación y actitud roñosa y desconsiderada, toda una recatada y fina apología de la espiritualidad y el progreso humano.  Ser austero no es un camino hacia la felicidad y el gozo, es el estancamiento de la humanidad en su propio lodazal ontológico, que incapaz de alcanzar la felicidad y conocerse a sí mismo decide fundamentarse en la avaricia para resarcirse sobre el mundo. Los austeros ni son humildes ni son sencillos, son pedantes avariciosos que encuentran su superioridad moral en la pobreza ajena. Un hombre sencillo, el hombre que defendía Tolstói, no buscará excusar los recursos sino que cada cual tenga lo justo y necesario en cada momento de su vida y acorde a su condición, sin promulgar el exceso ni la carencia. Un austero se vanagloria de ver hambre entre sus congéneres, mientras un hombre sencillo sólo deseará la felicidad del mundo antes que la suya propia. Concluyendo, que es gerundio: la austeridad es justo la actitud inversa a la defendida por León Tolstói.

Y aquí se abre otro asunto que me preocupa: las ideologías, como toda postura falsa y alejada de la realidad, necesita basarse en doctrinas de pensamiento que o bien se correspondan por falsedad con sus intereses o, en caso extremo, puedan ser malinterpretadas, manipuladas y readaptadas para sus propósitos. Todas las grandes ideologías han buscando una base intelectual como argumento de impunidad moral ante su barbarie. Es la manera que tienen de adentrarse en la cultura y crear un argumento de valor sobre su idiosincrasia y sobre la masa que tienen que someter.

Tolstói no es el único al que se le toman las ideas a la bartola. Un caso típico de pensador transvalorado es Friedrich Nietzsche, un tipo presuntamente majo con el que se podían tomar unas cañas aunque deseara un holocausto nuclear, si hubiera llegado a conocer la existencia de la bomba atómica. En su obra El Anticristo, por ejemplo, separa las enseñanzas de Jesús del discutible proceder de la Iglesia, postura no sólo acertada sino verdadera. Así habló Zaratrustra es una apología del dolor personal ante un mundo humano degradado que reniega de Dios y del significado de Dios, al que ha apartado de su espíritu y cuya presencia y existencia toma en vano justificando en él los crímenes de la sociedad. Nietzsche, que ironizaba contra antisemitas como su amigo Richard Wagner o su cuñado, es ahora el símbolo y el fundamento de ideologías extremistas. Parecido, aunque menos tergiversado, el caso de Karl Marx y el truhán de Engels, dos burgueses fiesteros y desenfrenados que tampoco se tomaban muy en serio aquello de la dictadura del proletariado.

Ahora parece ser que se quiere emplumar a Tolstói el fundamentalismo de la dictadura de la austeridad. Si estamos desprotegidos y están adulterando la verdad y nuestras palabras, y están golpeándonos destruyendo nuestras vidas, leamos a Tolstói y a Saint-Exupéry. Dejemos de leer la sección de política de los periódicos, apaguemos la tele, dejemos a Rajoy hablando sobre sus intrascendencias. Que legislen, que muevan ficha, que censuren. Defendamos nuestra vida, la vida sencilla de la felicidad y el presente de nuestros sueños, construyámoslos, ayudemos con nuestras manos, no dejemos a nadie desamparado, transformemos nuestro entorno y cambiemos para siempre el devenir del mundo. Sin rencores, ni pataletas, ni dictaduras ni golpes de decreto. Todo está en nuestras manos. Conocer la verdad, también. Vayamos a coger las ciruelas que nos ofrece la vida antes que se acabe el verano y la nieve vuelva a cubrirlo todo un invierno más.

SUEÑOS

¿En qué momento hemos tirado la toalla ante la sensación de incertidumbre y el miedo a no avanzar en la dirección correcta? La filosofía nos enseña que, aunque nos confundamos de sendero y nos perdamos en la oscuridad de nuestros corazones, siempre podemos volver a comenzar de nuevo y emprender la búsqueda del camino, porque nosotros somos la brújula que nos llevará hasta la verdad.

Soñar es recuperar la vida y levantar la vista para construirla.

Es un fragmento de mi nueva colaboración en Andalán, El espíritu del sueño , que ha salido hace poco. Pueden leerla pinchando sobre el título.

EL RÉGIMEN DEL SILENCIO

Toulouse, 24 de noviembre de 1926

Acabo de regresar. No he encontrado nada tuyo. No me escribas, no vale la pena. Mira, para no esperar nada no te doy ni la dirección de allá. Soy excesivamente ridículo. No tiene sentido ir mendigando así una amistad. Yo tenía necesidad de escribirte y tú no tenías ninguna necesidad de que lo hiciera. Puede ocurrir. Quizás te juzgue injustamente pero así sufriré menos y es mejor. Ya no te escribo más, aunque me hayas contestado, da lo mismo: no has sido capaz de hacerlo la noche en que lo habías prometido. No sé porqué razón voy a mandar esta carta. Hace unos días rompí tres, bien puedo romper la que hace cuatro. ¡Bah! será mi despedida. Y no te veas obligada a un recuerdo: ahora ya pienso que todo me da igual. Mi fallo está, Rinette, en haberte pedido demasiado. En haber esperado demasiado de ti… Ahora me doy cuenta y me sabe mal. Pierdo una buena amistad y no te tengo rencor. Es culpa mía si no sé retroceder y contentarme con poco.

Antoine

Café Restaurant Lafayette, Toulouse. Diciembre de 1926

Perdóname, Rinette… Mientras yo escribía tú me escribías -y una carta, además, que me ha hecho muy feliz […] En Toulouse -oh, Rinette- rehago cada día mi camino provinciano. Paso junto a esta farola y en el café me siento en aquella silla. Compro mi periódico en el mismo quiosco y digo cada vez la misma frase a la vendedora. Y los mismos compañeros, Rinette…hasta que sienta, Rinette, una necesidad inmensa de renovarme, de evadirme. Entonces emigraré hacia otro café, u otra farola u otro quiosco de periódicos e inventaré otra frase para la vendedora. Una frase mucho más hermosa.

Me canso rápidamente de mí mismo, Rinette, y por ello no haré nunca nada en la vida. Necesito demasiado el ser libre. […]

Perpignan, diciembre de 1926

Rinette, no eres muy amable conmigo. No volveré a escribirte porque no me gusta sufrir una decepción a cada correo. Para ti esto no tiene importancia pero yo vivo solo aquí y encuentro placer en las pequeñas cosas. Y además tú rehusas las cartas de conversación. Y a mí las cartas de cortesía cada tres meses me fastidian. Seguramente dirás: “¡Dios mío, otra carta que responder!” Pues no vale la pena. Y a lo mejor también te molesta por algo en concreto: las personas son tan complicadas…

Es imprudente dar a las personas aquel derecho del que hablabas -derecho a que te interesen un poco-. Se aprovechan… Pienso que debo parecer tonto diciéndote esto. Pero me da igual. […]

Lisboa, 19 de Septiembre de 1929

Mi vieja Rinette,

Me voy -por desgracia- a América del Sur. He pasado en París dos días melancólicos: no he vuelto a ver a nadie. ¡La salida ha sido tan brusca!

Cree en mi mucha amistad.

Antoine

18 de julio de 1930

Cómo es posible, Rinette, que tenga que enterarme por casualidad de que estás en Río: ni siquiera me lo has dicho. Habría podido ir muy fácilmente la semana pasada.

Quizás pueda ir todavía, pero sin duda tendrás muchos compromisos, almuerzos, cenas y veladas, y serás invisible. Además, parece que no tienes mucho interés.

Si el avión que viene del norte no ha pasado todavía quizás tengas tiempo de mandarme una nota.

Estás mezclada a tantos recuerdos, formas una parte tan importante de la vida pasada que hubiera creído imposible para mí ir a Francia y no verte.

Tú vienes a Río y ves esto como muy posible. Es raro, me encuentro un poco envejecido al ver cómo envejecen todos mis recuerdos.

Antoine

No recomiendo leer Cartas a una amiga inventada. La herencia literaria que rodea a Antoine de Saint-Exupéry es imprecisa y limitada, completamente huérfana de una visión global del autor y su obra. Leer El Principito es fácil. Leer Correo del Sur es fácil. Leer Cartas a una amiga inventada requiere conocer la soledad.

Ni siquiera Renée de Saussine (aka, Rinette) supo comprender la soledad de su amigo durante los muchos años que se estuvieron carteando. En concreto, unos seis o siete. Y a pesar de todo, comete la osadía de publicar un prólogo hablando de lo mucho que quería a su amigo del alma Saint-Exú (como ella le llamaba), los pasteles que tomaban juntos en La dame blanche y las películas que algunas tardes iban a ver en el cine de estrenos del distrito de Saint Germain. De hecho, dice:

En lo sucesivo, estando Antoine lejos, nosotros, sus amigos, le escribíamos. Yo le escribía. Pero no lo bastante. No con la rapidez deseada. Este fluído anti-soledad que él reclamaba necesitábamos, como los curanderos, tiempo para rehacerlo.

O sea, chère Rinette, que a mí, un chico de 2013, me vienes a contar que no tenías tiempo  para atenderle. Que le escribías. Ya. Imagino. ¿Antes o después, querida Rinette?

Louise de Volmorin
Louise de Vilmorin, “Loulou”. Después de años de “fiancées”, con una boda a punto de celebrarse y habiendo hecho renunciar a Antoine de su pasión, la aviación, decide casarse con otro hombre. Y a pesar del dolor, Antoine le siguió escribiendo como si nada hubiera pasado hasta el final de sus días…

Porque no es lo mismo escribir antes de que te hayan escrito que después de haber acumulado veinte cartas suyas antes de que te dispongas a enviar la tuya. A las pruebas me remito. Qué fácil es hablar del amor y del cariño profesados cuando el interpelado ya no se puede defender. Qué poco se habló de ello antes de que su avión fuera derribado en las costas de Marsella. Una persona se deshace lentamente durante más de diez años viendo cómo sus amigos son incapaces de apoyarle en los momentos más delicados y ahora que ha muerto y es un renombrado escritor todo el mundo manifiesta su profunda amistad con él. Cuánto le queríamos y le apoyábamos cuando su gran amor Louise de Vilmorin le abandonó después de años de noviazgo y una boda planeada para casarse con un americano mucho más rico que él (porque sí, Rinette, y para las actuales Rinettes, los hombres también sufrimos por estas cosas y las cicatrices quedan grabadas, para siempre, en nuestros corazones). Solo, abrazado al tránsito. El tránsito simbolizado a través de la aviación, de la incertidumbre del viaje, de la vida en sí misma. Y vosotros, sus amigos, negándoos a conversaciones largas, obligándole a colgar el teléfono las veces que él llamaba.

Vosotros, sus amigos.

No habéis aprendido nada.

No tenéis ni puta idea del dolor que causa vuestra indiferencia.

Por eso no todo el mundo está capacitado para leerlo. Muy poca gente lo entendería. Cartas a una amiga inventada son pequeñas confidencias escritas desde el dolor de la soledad a una amiga completamente indiferente a su situación, que de hecho, publica una selección de las más trascendentales como quien saca del trastero un baúl viejo sin importancia.

Me duele Cartas a una amiga inventada. Me duele que puedan existir personas como Rinette. Me desgarra que, además, tengan la poca decencia de mentir al mundo y hacer creer que nada es lo que parece. Porque aquí las apariencias no engañan.

Así es el régimen del silencio.

MI INSTITUTO

Estudié en un instituto de barrio, con árboles en su jardín, verdes vallas por frotera y un fresco olor a azahar. Estudié en uno de esos centros que los ineptos y los imbéciles se atreven a mirar por encima del hombro. En uno de esos lugares fruto de la democracia proletaria que Robespierre nunca hubiera aceptado. Concebido para una educación minimal vendida como libertad universal.

En mi instituto nunca se han aceptado los métodos y las restricciones. Jamás. El ruido de fondo de los pasillos refleja el empeño de sus profesores. Las voces mezcladas mutilan la educación precaria de esta España moribunda y herida de muerte. En mi instituto se hablaba de cultura. Comentábamos a Unamuno y debatíamos acerca de su pensamiento. Disfrutábamos con los hermanos Machado, escarbábamos en la vida del melancólico pero vital García Lorca y tratábamos de encajar la trascendencia del esperpento en la literatura contemporánea.

Recibíamos clases de lingüística de Fernando Lázaro Carreter a través de uno de sus discípulos, sin duda el más fervoroso y discreto de todos los que pudiera tener. Un hombre que tenía las cosas claras en un tiempo de oscurantismo como el nuestro. Miguel nos enseñó el poso oculto de las lenguas clásicas en el español moderno y a elaborar argumentados comentarios de texto. El teatro clásico y la poesía eran dos de sus obsesiones. Aristóteles y sus normas teatrales, el significado simple y profundo de la obra de Miguel Hernández en la España eterna de mediocridad y negligencia. Un intelectual enviado a un frente de batalla sin más armas que su sabiduría y su fortaleza.

Acaba de jubilarse este año. Se ha retirado como lo hacen los luchadores que han dedicado su vida a la guerra: con esperanza de que un día termine. Detrás ha dejado un instituto culto y ejemplar, digno de sus coloquios de literatura con escritores como Fernando Lalana, Luis del Val o Arturo Pérez-Reverte y de un prototipo de revista cultural que, curiosa brutalidad, justo ahora comienza a ser más culta que nunca.

No es casualidad esto último. En los últimos años mi instituto se ha convertido en una residencia de intelectuales dispuestos a desafiar cualquier adversidad que se presente. Maria José ha recorrido el corazón de España durante su intensa vida docente intentando transmitir el sentimiento profundo de la literatura hispana. Su vocación era capaz de desbordar los márgenes del aula para inundar otros ámbitos, como el coloquio literario. Tertulias de cafetín para aquellos alumnos que querían profundizar más allá de lo aparente. Su paso por La Almunia de Doña Godina también fue significativo. Un pueblo de imagen rural que esconde, gracias al tesón del gran José María Pemán, una actividad cinematográfica envidiable y significativa. Su tesis doctoral sobre la obra de Antonio Muñoz Molina la convierte en un referente acerca del libro más pesado (si se me permite el exabrupto) que he leído hasta el momento: Beatus ille. No es su frase larga ni su ritmo lento aquello que lo convierte en una obra densa, sino la expresión de la acción, carente de detalles en situaciones donde son necesarios y abarrotada de ellos en momentos en los que no hacen falta.

De alguna manera se está cometiendo un grave error en cuanto a la visión que se transmite de la literatura, así como le ocurre a la enseñanza de filosofía. Vargas Llosa, un escritor capaz de realizar una obra sultil y directa como Los Cachorros y de retratar la extraviada sociedad moderna en La ciudad y lo perros, está dilapidando su literatura en sus últimas publicaciones, El sueño del celta y el lamentable ensayo La civilización del espectáculo, con defensores y retractores, como suele ocurrir en estos casos, abriendo debate en prensa y en revistas culturales internacionales (lo último, la defensa del libro que se publicó contra Jorge Volpi en El País). Es inconcebible hablar de la muerte de algo que es consecuencia directa de nuestra realidad humana, como es la cultura. Podrá reducirse o limitarse a un grupo, restringirse u ocultarse a la mirada del mundo, pero mientras exista un solo ser humano seguirá habiendo cultura. El libro de Vargas Llosa es, de alguna manera, un fiel reflejo de la sensación de abandono a las que se tiene sometida tanto a la filosofía como a la cultura en general. El error vuelve a estar en la endogamia. En la maldita endogamia. La filosofía no es para los filósofos (como narra Buñuel en sus memorias Mi último suspiro que le espetó un filósofo contemporáneo), la filosofía lo es todo. Se ha relegado el pensamiento a un papel de circo para la gloria de los académicos, limitada a su fundamentalismo en premisas y concepciones previamente aceptadas y construída a partir de ellas. ¿Dónde ha quedado esa búsqueda de la Verdad que tan bien retrataron los griegos con la expresión amor (philos)? ¿Dónde ha quedado ese conocimiento natural e inexpugnable capaz de alcanzar el conocimiento de cualquier cosa y que nace de nuestra propia existencia humana? No ha muerto, solo ha quedado relegado a unos pocos supervivientes, guerreros de la auténtica filosofía al margen de la imbecilidad social. Tampoco lo ha hecho la cultura, limitada a otro circo, al lucro. Ni la verdadera filosofía ni la genuina cultura se fundamentan el en discurso endogámico, ya que su realidad es contraria a ello. Y ahí está el problema. La enseñanza de la literatura, del cine, de la música o de la filosofía se fundamenta en las viejas glorias, asumiento descaradamente que somos incapaces de conocer por nosotros mismos y de sentir la realidad, como de alguna forma percibió tímidamente María Zambrano y que queda reflejado en el final de Horizonte del liberalismo. Hay que romper esos grilletes aniquiladores que imponen la visión arcaica de la cultura y la filosofía. Ojalá se combinara la literatura histórica con la actual para reflejar a la juventud que no ha muerto, que está ahí y que seguirá existiendo hasta la eternidad. Ojalá pudiera combinarse la España de pandereta de Antonio Machado con la España eternamente moribunda reflejada en De tu ventana a la mía por la maravillosa Paula Ortiz antes de que vengan los analistas e intenten interpretar el film. Por mi parte, me presto voluntario para abrir coloquio o debate sobre este y otros temas, en mi instituto o en cualquier otra parte.

Es cierto que en mi instituto esa ausencia de naturalidad y realidad en la cultura transmitida por la metodología educativa de hoy en día ha estado equilibrada con una actividad cultural trascendental. Emilio Pedro Gómez, poeta incombustible, también se ha jubilado este año. Recuerdo nuestras conversaciones por los pasillos, cuando insistía en que cualquiera que sienta la poesía puede ser poeta. Vinculó como pocos se han atrevido a hacer sus dos pasiones: poesía y matemáticas. En ocasiones inauguraba sus clases de teoremas y corolarios con breves piezas simbólicas de gran belleza y sentimiento, e incluso llevaba algunos de sus libros y de los poemas que había escrito la noche anterior, aún en sucio, para leérnoslos y debatir su sentido. Grande como poeta y enorme como persona, gracias a él quienes pasaron por mi instituto tuvieron la posibilidad de hablar con un poeta vivo sin tener que suspirar por los que ya han muerto y debatir su poesía y el sentido de la misma.

Jesús, escritor de relatos juveniles y de historias descarnadas, acaba de llevar al cine una de ellas, un mediometraje absolutamente concebido en mi instituto, que ha erigido su propia productora, de la mano de Juanjo, uno de los jefes de estudio, y Fernando, un profesor de inglés muy peculiar. Su proyecto ha conseguido demostrar que el buen cine se hace con determinación y tesón, y no a base de talonario, como cree la gente. Han podido dar una lección fuera de la concepción educativa de la política actual: el cine no se concibe en la pantalla, sino detrás de ella. Alumnos y profesores pudieron comprobar la dificultad que supone expresarse con naturalidad bajo la atenta mirada del público y la potente iluminación de los focos. Fue una de la últimas secuencias que se grabaron antes de iniciar el trabajo informático. Una reunión de profesores donde transcurre una escena vital para la trama. Espero hablar pronto acerca de esta película.

Uno de los profesores que acudieron como personajes secundarios a la grabación de la secuencia fue David Mario, ex alumno de María José en otros tiempos y experto en teatro contemporáneo. También pasó por La Almunia de Doña Godina antes de llegar a mi instituto. Su breve paso por el centro supuso una agitación cultural renovadora. Recuerdo su confidencialidad cuando nos contaba asuntos personales, su disposición a apoyarnos en cuestiones literarias ajenas al programa educativo y su decisión a la hora de involucrarse en los proyectos que iban surgiendo. Inolvidable fue su viaje a Madrid, guiándonos por el Barrio de las Letras y por el Museo del Prado. Inolvidable fue también su proyecto de crear un club de lectura y acercar la biblioteca al alumnado, que hoy es un elemento más de las actividades culturales del centro.

No puedo terminar este texto en negrita sin nombrar a otra gran profesora de mi instituto, al que ha dedicado más de veinte años de su vida. Isabel estudió filosofía en Madrid y después de recorrer brevemente el centro de España regresó definitivamente a Aragón. Sus clases de filosofía y ética eran capaces de esquivar la morralla de la que suelen estar rodeada estos temas. Isabel es una persona ejemplar, abierta al debate y transigente en las discusiones. Ojalá no pierda la fe en la filosofía.

Pido disculpas a todos aquellos a los que no dedico un párrafo o una mención pese a merecerlo. No me he olvidado de vosotros, Rosa, Julio, Elva, Maite, Santiago, Beatriz, Magdalena, David Gimeno, Elena y José Antonio, entre otros muchos.

Ahora mi instituto está pasando tiempos difíciles. La educación pública está siendo vapuleada más aún y existe el riesgo de que a corto plazo algunos de los profesores que lo sustentan acaben siendo reorganizados o despedidos. Mi instituto, que fue construido desde la dedicación de los docentes, puede llegar a perder su revista e incluso las reuniones del club de lectura. Ya ha perdido, como consecuencia de la ignominia política, los coloquios literarios en los que participaba. Pero mi instituto es algo más que un centro orientado ignorantemente a la lumpenproletariedad. Es un enclave cultural defendido por personas que aman la cultura. Y eso no lo detiene ni toda la maldad y mezquindad del mundo.

DESTELLOS DE GENIO

Hace tiempo que leer prensa se convirtió en una tortura insufrible para mí. Soy completamente incapaz de soportar la lectura continuada de un artículo tras otro, palabra por palabra, y mucho menos de conseguir llegar al final del periódico sin terribles dolores de cabeza -en mi caso, a la portada, pues soy de esos que empiezan el periódico por detrás-. Por eso, sin hacer remilgos ni excluir a ninguna publicación que caiga en mis manos, si el título o las primeras líneas de un artículo no me terminan de atraer, leo en transversal. Exactamente como leería cualquier buen político una sección de opinión.

Leer en transversal, si tiene como objetivo cribar contenidos y evitar malos tragos morralleros, no es un acto infame y borreguero. Es necesario cuando lo que tienes delante ya no escribe para tí, te tutea sin conocerte y te trata como un imbécil al que le pueden hacer creer la sarta de gilipolleces a las que nos tienen acostumbrados. Y la prensa de hoy está claro que tiene poco contenido al que redimir. Por suerte, mi lectura informativa se limita al ámbito dominguero, el mismo en el que nos despertamos casi al mediodía, desayunamos mal y nos repantingamos en el sofá a la espera de cualquier chorrada capaz de entretenernos mientras terminamos de despertarnos del todo. Es justo entonces cuando llega el periódico, que aún conserva el olor a tinta de rotativo, y te decides a abrilo justo por su final. Porque comenzar mirándolo por su final y no por su principio es lo único que justifica la compra de un periódico.

Casi todos los periódicos, por no decir que todos, tienen lo mismo en su principio, cambiando solo su versión. Es como si se produjera un robo violento en una joyería y un periódico retratara la versión del cliente que se ha meado encima a causa del susto, otro la del dependiente que exige mayor seguridad en su local, y el último, la del ladrón que justifica el robo porque necesitaba el dinero porque si no el banco lo iba a deshauciar al día siguiente. Un mismo hecho, diferentes versiones y todas ellas falseadas. En este aspecto, los primeros tres cuartos de un periódico solo complacen a los lectores ideológicos, que compran el periódico que les dice exactamente lo que quieren oir. Algo así como los oficiales incapaces de aceptar que el joven Rostov huyó asustado de la batalla en Guerra y Paz porque prefieren pensar que retrocedió ante el decidido avance del enemigo. Una consecución de artículos vacíos y de cada vez más escasa calidad dirigidos únicamente a un rebaño de fieles que no quiere conocer ni pensar, tan solo justificar lo que quieren creer que se ha producido. Prensa fácil para una sociedad idiotizada.

Sin embargo, no todo es mediocridad, y ese periodismo lúcido, culto y veraz, si ha de aparecer, lo hace una vez llegamos al último cuarto de publicación, que generalmente reúne las páginas de cultura, algún suplemento interesante y algunos artículos y columnas sueltas firmadas por gente que se toma el arte de juntar letras en serio. En las grandes publicaciones la sección cultural se ha reducido a un puñado de grandes artículos meramente informativos y que no son capaces de apuntar nada que no supiéramos de antemano, y alguna columna locuaz que parece habérseles colado durante la maquetación y que debería estar impresa en las páginas de clasificados. Solo unos cuantos artículos pueden presumir de tener a la cultura como leitmotiv, y solo algunos periódicos logran que esas firmas pertenezcan al ámbito de un periodismo literario, que es el medio informal de expresión del genuino ambiente cultural de nuestros días.

Los que leemos Heraldo de Aragón aún podemos sentirnos afortunados dentro de la tragedia periodística. Como todo lo que concierne a Aragón, el auténtico periodismo sobrevive por sus propios medios, a base de rasmia y de imponerse por su calidad hasta crear escuela entre quienes buscamos algo más que morralla barata. Desde la columna de cierre de Irene Vallejo hasta la que se cuela, brillante, de Antón Castro entre las páginas de opinión, y desde los elocuentes artículos de Guillermo Fatás hasta los de Luis Alegre y Sergio del Molino en el suplemento Heraldo Domingo, pasando por Artes y Letras, Muévete Zgz 7D y los blogs de Ana Usieto, Chaco Morais y Mariano García. Pequeñas porciones de calidad que son el único acicate a que siga gastándome un dineral en periódicos de los que solo leo una porción ínfima pero que sigue justificando la existencia de prensa escrita.

No sé cuánto tiempo durará este breve idilio. Supongo que hasta que la prensa termine por unificar todo su contenido para dirigirlo a su público belenestebaniano y se olvide definitivamente de nosotros, los lectores que nos consideramos cultos. Mientras tanto, seguiré disfrutando como un gorrino en su lodazal con la lectura de todas esas magníficas personas que aún siguen manteniendo vivos los periódicos. Esas que siguen escribiendo de puta madre even in this longest days.