El místico pasadizo del Pilar

>En todos los rincones del mundo es sabida nuestra devoción por la Virgen del Pilar. Ya en la antigüedad, en la época romana, cuando el Imperio adquirió la religión católica como única confesión loable en sus territorios y la vieja Caesaraugusta había recibido bastantes años atrás al apóstol Santiago y la famosa visita de la virgen María, ya existía una domos o “casa” donde se daba culto a la Virgen del Pilar. Desde aquel momento, se postula que la domos romana se fue transformando, a consecuencia del vaivén cultural que ha sufrido la Península Ibérica desde que los primeros pobladores se asentaron en ella, en un templo, cada vez más voluminoso y glorioso, hasta convertirse hoy en la Basílica que todos conocen y de la que han oído hablar.
La devoción a la virgen, que lleva arraigada en todo Aragón desde hace casi dos mil años abre, a día de hoy ante nuestros ojos todo un universo de costumbres y leyendas que nos reflejan fielmente la evolución y el arraigamiento de la Virgen no solamente como patrona de la nación aragonesa, sino también como símbolo de Aragón y de toda la Hispanidad.
Las famosas Cintas del Pilar, que supongo que todos conocerán y que incluso tendrán en sus casas, son ejemplo práctico de la ferviente devoción, ya que eran vendidas y distribuidas desde el lejano siglo XVI. Son adquiridas por propios y extraños, por zaragozanos y visitantes de la ciudad procedentes de todos los rincones del mundo.
Los mantos que visten, día tras día a la virgen también son todo un símbolo. Éstos son donados, en su mayoría por colectivos, gobiernos y personas de todo tipo que agradecen los favores de la patrona mediante el regalo de un manto. En la actualidad, como dato curioso, existen más de quinientos almacenados para irlos poniendo bajo los pies de la virgen poco a poco, según convenga.
Pero si una costumbre curiosa están esperando encontrar en éstas humildes líneas no puede ser otra que la del pasadizo del Pilar. No se tiene constancia de en qué momento se adquirió, aunque sí se sabe con certeza que fue hace muchos años, quizá demasiados. Demasiados porque raro es el zaragozano viejo, de pura cepa, que no conozca tal costumbre.
La práctica se realiza única y exclusivamente el día doce de octubre, quizás porque es el día en el cual se honra a la patrona y la única jornada en que la verja que lo cierra en ambos sentidos está abierta para fluidificar las riadas de gente que se mueven por el templo. El pasillo, no muy ancho se encuentra entre la puerta de la Capilla de San Judas y su paralela, que viene a dar a la Plaza del Pilar. Se cree que, atravesándolo fielmente sin respirar y a buen paso mientras se piden mentalmente unos cuantos deseos positivos la Pilarica los concede durante, al menos, un año, el tiempo necesario para poder volver otra vez a pasar por el mismo corredor. Tanto devotos como agnósticos no se la juegan y, por si acaso acatan la tradición humildemente y con respeto, siendo algo curioso de presenciar y de entender si no se es zaragozano de pura cepa. Aunque el proceso se realiza de forma particular y salteada a lo largo de la jornada, el hecho de que riadas de personas fueran desfilando las veinticuatro horas por dicho camino debió intimidar al clero metropolitano que adoptó una vana represión antitradicionalista y “antisupersticiosa”, provocando el cierre del pasillo y levantando una polémica que, como no podía ser de otra forma obligó a los encargados, años más tarde, a bajar la testuz y a abrir las verjas, permitiendo el paso de los devotos de la virgen. Por eso, cada doce de octubre están conectadas las mencionadas puertas por un camino alternativo, cargado de tradicionalismo y misticismo que permite que el culto a la virgen sea algo más personal y exótico que las típicas costumbres eclesiásticas.
Si aún tienen algo de tiempo y desean conocer mi opinión, sinceramente creo que el simple hecho de confiar y de pedir algo con ferviente fuero interno hace, por sí solo que se te escuche y que las “gracias”, como popularmente las llaman te sean concebidas. Porque la esencia está en nuestro interior y de nuestro interior debe partir. Así que los ritos, al menos para mí no son otra cosa que un medio para lograr, en conjunto, esa conexión interior y espiritualista que hace falta hallar. Por eso no me parece mal en absoluto que se mantenga la tradición del pasadizo. No deja de ser un medio más para hallar la ansiada conexión espiritual, que realmente existe y está ahí.
Así que ya conocen una honrosa práctica que pueden llevar a cabo si por Zaragoza se dejan caer en fiestas.
Al menos, aprovechen ahora que el paso está abierto. Aprovechen, no vaya a ser que la polémica vuelva a instalarse en el templo y el paso vuelva a ser clausurado. Aprovechen, pues.

Ancianos…

>El otro día, mientras paseaba un rato, pude ver una escena “tierna” a cual más ver. El parque -pueden elegir en sus mentes cualquiera de los que conozcan- se extendía amplio ante mi horizonte visual, al igual que seguramente se les extendería al grupo de jóvenes que estaban haciendo una de las pruebas de aptitud físicas que deben realizar en su asignatura deportiva de su instituto o centro educativo. Un día nublado, quizás lluvioso, en el que los jóvenes, tapados con sus anoraks se protegían del fresco cierzo que los azotaba. Mientras proseguía mi camino, una tanda de chavales -no los juzguen, no se trata de macarras, sino de buenos y respetuosos chavales, pues ahora lo comprobarán- daba vueltas por los caminitos del parque, ahora circuito. De pronto, vi colocarse a una pareja de ancianos, bastante móviles aún, con algún achaque y con un perrito cada uno. Se detienen justo en un banco casi encima del circuito, de pié, altivos, para poder ver pasar a los chavales. Por su altivez decidí detener un rato mi marcha para observar la situación. Esperan a que uno de los jóvenes -el más veloz de la prueba- pase. Cuando ya ha pasado por delante de ellos, los dos ancianos le gritan: “chaval, como sigas a esa velocidad te vas a comer las farolas”. Como me pareció graciosa la frase esperé a que pasara el siguiente: “a este paso no te vas a mover…”, le grita uno de los abuelos.
A todo esto, los ancianos no recogen a sus canes, que los pobres chicos y chicas tienen que esquivar. Algunos les miran indignados, pero callan por respeto a las canas. Su mirada les delata…
Pasa otro: “chaval, un poco más rápido, joder, que ya te vale”.
A los dos ancianos se les veía felices de vacilar a los jóvenes, que por educación se callaban. Deciden seguir “divirtiéndose” un rato más…
Los ancianos siguen gritando apelativos amorales, con un semblante y un tono de burla a cada vuelta que dan los chavales. Cada vez están más enfadados pues los apelativos cada vez son más burlones e insultantes. Desde mi posición, siento un profundo asco por esos dos seres humanos, seguramente amargados de la vida, con unos hijos que están deseando su fallecimiento para quitarles todo su dinero o que, simplemente, están más cerca del asilo que de su propia casa.
Los ancianos continúan agravando el asunto, esta vez ya era la cuarta o la quinta que gritaban insultos a cada uno de los chavales.
Al pasar uno, los ancianos le dicen: “una cocacolita, ya de paso vete a buscar una cocacolita, porque a esa velocidad… manda cojones“.
El joven ya no aguanta más, y con todo respeto, aplaca la insolencia de los ancianos: “¿es que no tienen nada qué hacer?
Los viejos, incrédulos, emiten una aluvión de verdaderos insultos sobre el joven -insultos graves, oigan-. El joven, mientras proseguía, y sin perder la compostura, les grita: “más les valdría mover esas piernas…”. Los ancianos, continuaban insultando, quizás pensando cómo es esa juventud insolente y mal nacida, donde no hay respeto y se hace callar a humildes abuelitos que paseando por el parque “animan” a la insurrecta juventud.