Cachorros sin manada

En algunas ocasiones, donde menos te las esperas, ocultas bajo valoraciones algo hipócritas y desustanciadas te encuentras las mejores obras que la literatura internacional hasta el momento puede regalarnos deleitándonos con reflexión, pensamiento y cruda realidad.

Ya me ocurrió lo dicho con un grande, con el gran chamán Tólstoi y su infravalorada novela Hadjí Murat, y me ha vuelto a ocurrir una vez más con una novelaza, que pasa desapercibida en el amplio historial de publicaciones de su creador y que es lectura obligatoria en bachiller.

Hablo de Los Cachorros, obra ahora fundamental del reciente premio Novel de literatura Mario Vargas Llosa, una de las más laureadas y a la vez relegadas de su panorama editorial.

Los Cachorros resulta un ejemplo magnífico de novelita corta, cercana al cuento más literato y elaborado que participa activamente de las corrientes del “boom” literario hispanoamericano. La novela, que en algunas ediciones como la que aquí presento apenas cuenta, con acotaciones y referencias incluidas, 59 páginas, no solo es una obra asequible a la paciencia de todos los lectores, sino que además posee un ritmo de acción en la trama que evita la somnolencia pesada en el lector. Quizás por ambos atributos la novela, novelón como pocos se pueden escribir, ha sido “pesada al bulto” por ciertos críticos literarios y personal de consejería en educación y ha sido incluida como lectura final y pasajera en unos planes ministeriales de educación tan ociosos como extrictamente necesarios en los tiempos que corren. Sin embargo esta vez han acertado, lo hicieran consciente o inconscientemente. Los Cachorros es el mejor ejemplo que se puede entregar a todo aquel al que le corresponde enfrentarse al mundo pestilente y dogmático al que nos lanzan mucahs veces contra nuestra voluntad.

Sí, no lo voy a negar, no quiero que haya malinterpretaciones. Los Cachorros me ha gustado mucho. Muchísimo. Como pocas lecturas hay que lo hagan. Escasas son las que te hacen reflexionar e incluso en mi caso rememorar lo que voy atisbando en mis humildes ansias de conocer la realidad. Más breves todavía aquellas que se atreven a poner zancadilla a esta parafernalia de sociedad que maltrata al ser y trata de convertirlo a su dañina y despiadada “religión”.

Porque Los Cachorros trata precisamente de eso.

Hederera o antecesora de La ciudad y los perros, la breve novela, casi cuento, refleja el estado moribundo de una sociedad déspota, anclada, cruel y cribadora. Toda la sociedad, todo nuestro mundo en su integridad es simbolizado por la sociedad del distrito limeño de Miraflores, al igual que hizo Antonio Machado al representar la España de pandereta atrasada y cainita con los extensos campos castellanos. Si uno no es peruano o no tiene contacto alguno con el país, Miraflores no le dirá absolutamente nada. Por eso conviene agenciarse una edición con buenas referencias a pie de página. Miraflores es en Lima lo que Salamanca es en Madrid, por poner un ejemplo. Un barrio de burgueses, de empresarios aposentados en su marcado estamento social de los años cincuenta, en los resquicios de la guerra petrolífera con Ecuador que tan ampliamente había sido ganada por Perú. La religión, las formas, las apariencias y la hipocresía lo son todo en un torbellino infernal que arrastra al allí nacido a su sometimiento o su destrucción.

En la novela, precisamente, se presenta esta segunda opción: el protagonista, Cuéllar, es emasculado como ser y como miembro de esa sociedad a la que por condición familiar está obligado a pertenecer. El protagonista, que nunca termina por ser aceptado en ese grupo de cachorros, acaba siendo una sombra, un espectro que pese a sus esfuerzos por lograr la aceptación social es tratado como lo que se ha convertido, en un espíritu sin ser ni sentido de existencia, en un ser sin esencia, en nadie.

La novela acaba, como no podía ser de otra forma, en una tragedia narrada desde la hipocresía y la irreflexión de los otros cachorros, entonces tigres de una sociedad circense que los obliga a exhibirse y a venderse como personas y como seres.

Los Cachorros expone entre líneas tanto la desgracia, ya anunciada desde las primeras líneas del texto, como la virtud de cada etapa por la que pasan nuestros protagonistas. Lo bueno y lo malo se mezcla caóticamente en una espiral de incertidumbre e imbecilidad social que acaba o bien por estrangular intelectualmente al cachorro que en ella se ve obligado a sobrevivir, o bien por apartarlo de la sociedad y a condenarlo al perpetuo purgatorio de haber perdido suropia entidad y a la vez no ser valorado por quienes se ha prostituido.

Si la temática de Los Cachorros ya es por sí misma pieza imporante para comprender la sociedad de nuestros días, la simbología, constantemente presente en el texto es fundamental no solo para entenderlo, sino para comprender a qué clase de abismo se dirige el cachorro más endeble del grupo, Pichula Cuéllar. Desde el mismo comienzo, los cachorros son seres bandeados por las influencias sociales y las convenciones con la que tienen que convivir, muy influenciados por la voluntad tanto de profesores como de sus propios progenitores. Algo así como lo es todo perteneciente a la sociedad en la que vivimos.

Vargas Llosa, fiel realista del mundo veraz que pretende transmitir al lector sabe bien cómo cautivarlo e introducirlo en la historia. Si los constantes guiños a una realidad social global que traspasa las fronteras del tiempo no son suficientes, y los símbolos utilizados no son lo suficientemente explícitos, trabajados y a la vez sencillos de comprender como para sumerger al receptor en la suntuosa trama, un juego narrativo de voces, que alterna la insensibilidad del que conoce la historia y la narra en tercera persona y la voz camuflada de un miembro del grupo de cachorros que lo hace en primera del plural termina por rodear al lector hasta hacerlo partícipe de una conversación directa y amena, donde el diálogo fluye escondido en un océano narrativo que obliga al lector a estar atento, a encajar cada voz en el personaje del que procede y a reflexionar al sentir como propia la frialdad con la que se cierra la tragedia sobra la que versa el libro.

Los Cachorros es un libro para la reflexión y para hablar libremente. Es un soliloquio que denuncia la frialdad social, sus formas y su cainismo despreciable. Vargas Llosa lo pretende desde el principio logrando, con un final flojo y abierto, que ninguno de sus lectores quede en absoluto indiferente.

No es un libro para preuniversitarios, es un libro que hace aviso a los navegantes por los mares sociales de todas las edades, épocas y culturas.

Por eso, pese a que la obra ha crecido hasta hacerse novela sigue siendo un cuento encubierto, un diamante en bruto cuya moraleja pasa por un plano general y abstracto hasta adaptarse a la vida de cada uno de sus lectores haciéndolos cómplices de los abismos existenciales que allí se narran.

Quizás para los críticos, Los Cachorros sea una novela de segunda dentro del panorama lucrativo y editorial que genera la obra completa de Vargas Llosa. Sin embargo, el texto tiene vistas de ser el mejor libro del escritor peruano.

Toda una joya que está dispuesta a darnos una leción de verdad.