SOLDADOS EN EL FRIEDHOF

No suelo trabajar la crítica literaria (aunque más me valdría) y suelo ser bastante introspectivo con los libros que leo, pero considero que hay excepciones y textos que merecen la pena ser mínimamente criticados y compartidos con el mundo.

Uno de ellos es Soldados en el jardín de la paz, del amiguete Sergio del Molino, autor revelación de la literatura aragonesa de nuestros días.

Soldados… no es su primer libro, aunque sí que es el primero que leo de su firma. Su aparición por el mundillo editorial comenzó con Malas influencias, un conjunto de cuentos que recibió la aprobación de la crítica literaria nacional. Casi seguido a la publicación de Malas influencias, Sergio publica este ensayo novelado de carácter histórico, de 245 páginas en su primera edición, con el que se adentra en un universo que nos afectó de cerca pero que ha permanecido en el olvido de los libros de historia e incluso de los historiadores: los alemanes que llegaron del Camerún en 1916.

Soldados… es una investigación prácticamente particular de Sergio, que tendrá que remover durante meses la apacible y provinciana historia de Zaragoza para despertar a la bestia del misterio, de la sorpresa e incluso del horror. Sergio no es historiador, pero como deja bien claro en la introducción, sí que es un escritor y periodista un tanto curioso que se encontró un filón capaz de saciar su curiosidad. Y es que la aventura, relatada con la estructura de un reportaje periodístico pero enmarcada en el género del ensayo, comenzó de forma inesperada, concretamente en una edición de la Feria del Libro Viejo. Sergio nos lo explica en esa misma introducción:

Sabiendo cómo funciona ese mundo de polvo y ex libris, me paseo por la feria sin involucrarme en ella. Por el placer de mirar. A veces compro alguna curiosidad que solamente tiene valor para mí, pero la mayoría de los paseos terminan en nada. Aquella primavera, sin embargo, me llevé una sorpresa. En un puesto tenían a la venta un buen fajo de panfletos de propaganda nazi. No me refiero a pasquines de grupos de skin heads, sino a propaganda nazi de verdad, del Partido Nacionalsocialista Alemán. Eran fragmentos de discursos de Hitler y de otros jerarcas traducidos al castellano y editados en Berlín de 1942. El librero me aclaró que procedían de una biblioteca particular de Zaragoza que había adquirido recientemente, pero no quiso decirme el nombre de su dueño.

Compré unos cuantos, me los llevé a casa y me metí en mi blog para escribir un artículo que titulé “Estraperlo librero”, en el que hablaba del tiempo, del rastro que dejábamos al morirnos y de cómo nuestro legado (¿qué es una biblioteca sino un legado?) se desintegra en anaqueles, trastiendas de librería y casetas de feria. ¿Cómo han acabado esos panfletos en una caseta de la Feria del Libro Viejo?, me preguntaba en el artículo.

Y tras el artículo llegó el detonante. Uno de sus lectores, un historiador aragonés afincado en Salamanca, le resumió lo que sabía acerca del asunto de los panfletos: seguramente iban dirigidos a los alemanes del Camerún, un nutrido grupo de germanos que, huyendo de la conquista aliada del Camerún en la Gran Guerra se refugiaron en España y quedaron definitivamente afincados en diversas ciudades formando colonias, una de ellas Zaragoza.

De esta manera comenzó la larga investigación acerca de la vida de estos olvidados y sorprendentes habitantes de la capital del Ebro, que popularizaron el foot-ball en la ciudad, que fomentaron la modernización y el comopolitismo de la olvidada capital y ejercieron de bastión cultural al popularizar la noche de cabaret y al fundar el Colegio Alemán, cuya enseñanza destacaba sobre la oferta del resto de instituciones zaragozanas. Pero no todo era gloria y apacible vida burguesa, y la leyenda negra azotó destructivamente la colonia. Nombres como Canaris, el conocido espía nazi; Schmitz o Seegers son capaces de poner los pelos de punta a más de un intrépido lector. ¿Quien se iba a imaginar que en la apacible vida de la distante Zaragoza iban a estar gestándose oscuros planes nazis y que existía toda una red de espionaje que extendía su telaraña hasta los despachos de los servicios secretos británicos y estadounidenses?

De todo esto trata Soldados en el jardín de la paz, un relato completamente veraz que busca esclarecer el olvidado devenir de la colonia alemana y su legado cultural, aún presente en nuestros días. El libro, pese a tratar un tema tan serio como éste, mantiene de manera constante un fluido y confidencial estilo que combina todos los recursos del periodista profesional y la estructura del ensayo histórico, ambos tan necesarios en estos casos. El texto concede lo que promete: resumir a grandes rasgos los pormenores de la colonia alemana afincada en Zaragoza, y las no siempre gratas relaciones entre Alemania y España. Su estilo fresco se combina frecuentemente con cuestiones que mantienen al lector entretenido en su lectura e inmerso en la historia, en la investigación y en la colonia en torno a la que gira la trama. De vez en cuando, tal y como reconoce el autor desde el principio, algunas de las preguntas formuladas no obtienen respuesta por el momento, y se presentan como auténticos misterios a resolver en el futuro. En algunos capítulos de amena lectura se roza incluso la cuestión filosófica, mientras que el conjunto del texto se fundamenta en el contexto histórico de la manera más formal y objetiva.

Como digo, la narración aporta lo que promete aunque si quieren saber mi opinión más personal, íntima e intrascendente, me ha sabido a poco. Yo, que soy un tipo que ansía conocer hasta el más mínimo detalle de todo y que también pretendía averiguar hasta los últimos pormenores de la colonia alemana en España y me encuentro con un magnífico texto que resume lo acontecido, que asienta tesis y que abre un nuevo filón histórico, pero que únicamente es un boceto de todo lo que aún se esconde tras el tiempo y los muros de la ciudad. ¿Qué quieren que les diga? El libro me ha encantado, aunque no sacia en absoluto mi curiosidad. Soy demasiado exigente en estos caso, qué se le va a hacer.

Otra cosa que favorece la inmersión en la trama son las fotografías, la mayoría pertenecientes al archivo fotográfico de la familia Bieger, que sin duda abren una ventana única hacia algunos de los personajes y lugares que son nombrados.

Quién sabe, quizás en un futuro se logren derribar los muros con los que Sergio se ha ido encontrando a lo largo de su investigación. Yo, por mi parte, tomo nota. A fin de cuentas me encuentro totalmente identificado con el mundillo investigador, librero y de anticuario, y también acostumbro a curiosear mercadillos y rastros de antigüedades y a ojear documentos antiguos (aunque carentes de trascendencia histórica).

Un último asunto: el libro no sólo es claro, sencillo (que no simple), veraz, sincero, humorístico y de calidad. También es un texto que aporta cultura, que plasma la parte que ha podido ser hallada del poso cultural que desde su llegada los alemanes del Camerún fueron dejando tanto en la ciudad como a lo largo y ancho de la geografía española. Notas de prensa, fragmentos de ensayos históricos, anuncios redactados en alemán para alemanes, obras líricas y teatrales sobre las colonias germanas e incluso chascarrillos humorísticos y pícaros publicados en la prensa del momento completan un repertorio cultural que sorprende y atrapa. Con el permiso de Sergio y de Mariano Gracía, quien rescató esta pieza del olvido, publico un vals que hizo las delicias de las veladas del Hotel Excélsior de Berlín, Die Nacht von Zaragoza, interpretada en 1933 por Emil Roósz y supuestamente compuesta por Hermann Frey y Karl Wilczynski. ¡Qué la disfruten!

Die Natch von Zaragoza                              

hat dich und mich berauscht,

als wir versteckt von Rosen

zumersten mal den Kuss getauscht.

Ja, die Nacht von Zaragoza,

die Nacht, ersehn’ich heiss zurück,

was ich erlebt in jenem Blütenmai,

warst du, du meines Lebens Glück.

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La noche de Zaragoza

a tí y a mí nos ha embriagado cuando,

escondidos tras unas rosas

nos besamos por primera vez.

Sí, la noche de Zaragoza,

la noche que con calor ansí que regrese,

lo que viví aquel mayo

fuiste tú, tú, la felicidad de mi vida.

(Traducción de Daniel Hübner)