Cambiamos de año. Brindamos. Profesamos deseos con elocuencia. Bailamos. Tu mirada se ausenta. ¡Me has pisado! Haces zapping. Otra vez Sonrisas y lágrimas. Y en la tele de nuestro pueblo, jotas. Arrancamos la última hoja del calendario. El cava se calienta. Enero ha comenzado. Diciembre nos ha robado la lluvia. Las luces destellan demasiado.
Todo ha cambiado o tenemos la impresión de que realmente lo ha hecho. La entrada del año nuevo es uno de los ritos más hermosos de la modernidad. No responde a una cuestión religiosa ni a un sentimiento cultural. Es universal, como su origen. Celebrar algo tan pasajero como un año nuevo es un acto de fe y de esperanza en que las cosas que han pasado han tenido su lugar y las nuevas que han de venir tendrán el suyo, tan diferente, tan incierto, tan prometedor y paralizante a un tiempo. Todo es cuestión de relojes que caminan sin conciencia, el cucú que se repite; las mismas cortinas removidas por la sibilina brisa que se cuela entre las rendijas de los ventanales. Pero sabemos que más allá de lo permanente, en lo efímero, todo es distinto. Aquellas cortinas no serán las mismas que meses u horas atrás. Ni la brisa, que trae aires nuevos, ni el toque del reloj, que lo hace diferente a las veces que recordamos. Ya nada es igual, todo ha cambiado. El agua del río no es la misma aunque el río lo sea. Ha pasado tanto tiempo desde el último brindis que ya no reconocemos todas esas cosas, porque ya no somos capaces de reconocernos un año atrás.
No somos diferentes, nadie cambia jamás. Pero hemos vivido y las circunstancias han dejado de ser las mismas que otrora. Y hemos aprendido. Hemos construido una senda que nunca podrá ser borrada. Son nuestras huellas quienes han cambiado el paisaje. Las huellas. Con ellas, nada es igual. Y el año nuevo tampoco podrá serlo.
Dos mil doce ha muerto para siempre. Vivirá en forma de hierba aplastada, mientras el nuevo nos obliga a levantar la vista a horizontes desconocidos y un mundo todavía por construir. No sabemos qué nos encontraremos más allá de donde termina nuestra senda, pero aguardamos la bondad del recorrido como fundamento de una esperanza que se materializa en el deseo compartido y en la fraternidad, en el conocimiento de nuestra soledad compartida, que es una forma de compañía. Y por eso, cada último día del año nos reunimos con los nuestros y brindamos por la belleza de la vida y la prosperidad de nuestro porvenir. Podríamos hacerlo cada día, al despertarnos; mirar por la ventana y contemplar el amanecer mientras pensamos en el día que hemos comenzado a transitar. Sin embargo, preferimos lo intangible. ¿Qué es un año, sino un acto convencional, casi de fe? Un día tiene un comienzo y un final dibujados por el sol en el firmamento. Un año se fundamenta en que ese sol siga siendo tan puntual como lo ha sido hasta ahora. Los años se expanden. Según el sol pierde masa, o la Tierra altera sus ciclos. Un pequeño desfase puede regalarnos o arrebatarnos un día más del año sin que podamos darnos cuenta a tiempo para corregir nuestros calendarios.
Pero no nos importa. El tiempo pierde su sentido si no estamos ahí. Es el camino el que hace al tiempo y no el tiempo a nuestros pasos. No importa si el sol dilata nuestra rotación a su alrededor y el año extiende un día más su existencia. A fin de cuentas, todo es tránsito. Hasta el año es una senda que ha de recorrerse para que todo pueda tener sentido.
No, no nos importa si nos equivocamos y lo que ha de venir nos abomina. Seguimos brindando y bailando. Y me pisas. Y diluyes tu mirada en el tintineo de la vela. Y el cava se calienta. Las luces destellan demasiado. El año ha acabado. Y una nueva senda se abre para nosotros. Seguimos adelante. Pisamos con firmeza. No tenemos miedo, lo hemos regado en cava. ¿Qué puede salir mal? Todo es circular, hasta los años. Volveremos a un comienzo. Y cuando el reloj haya terminado su tránsito, continuaremos el nuestro, sin calendarios, con la nueva lluvia resbalando por nuestros rostros.
¿A quién le importa 2013 si lo tenemos todo? Suenan las campanas en lo alto de la torre.