Icono del sitio David Lorenzo Cardiel

DE LA RESPONSABILIDAD CON EL BIEN COMÚN

Con esta entrada inauguro una sección semanal exclusiva en este blog a la que he titulado El susurro de Ariadna. En ella trataré de asociar cuestiones de nuestra realidad contemporánea a miradas de autores de otras épocas. La elección del título responde a Ariadna, hija de Minos, rey de Creta, y a su relato mítico. Creta y Atenas entraron en guerra, y el rey Minos estableció un cruel tributo a sus contendientes: cada año honrarían al temible Minotauro, que estaba atrapado en el laberinto que le construyó Dédalo, con siete jóvenes vírgenes de cada sexo. Teseo, hijo de Egeo, rey de Atenas, acudió de forma voluntaria a la isla con el fin de acabar con el Minotauro y con aquel perverso deber. Ariadna, que se enamoró de Teseo nada más verle, sintió piedad por su vida y le ayudó a derrotar al monstruo cretense ofreciéndole una espada y el famoso hilo que le permitiría encontrar la salida del laberinto una vez se introdujera en él. Ariadna huyó con Teseo camino a Atenas, pero fue abandonada por su amante en la isla de Naxos. Más adelante sería raptada por el dios Dionisos.

¿Qué nos hubiera contado Ariadna, confiada de su juventud y del enraizado amor? Su susurro reverbera a lo largo del tiempo en el mito, pero también en una de las múltiples esencias que encarna su relato: igual que su piedad por Teseo determinó su destino, nosotros estamos conectados al hilo eterno de la búsqueda del conocimiento y del diálogo -presente, pasado, futuro- con nuestros semejantes, ya sea de forma directa y a través de sus obras. Leer es charlar, imaginar es acariciar la memoria embelesada de la posibilidad.

Ese legado del que emana nuestra actualidad y en la que se gesta el mañana. Inauguro la sección con esta primera pieza que cobra vida en los labios susurrantes del lector. Os invito a navegar su apacible océano de ideas y palabras.

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La historia nunca se repite, la naturaleza de lo existente lo impide. Quienes insistimos en las mismas actitudes somos nosotros, el ser humano como colectivo social. Tucídides nos confía unas conclusiones de la Guerra del Peloponeso que nos resultan muy familiares en nuestra actualidad. 

«Aparte de lentos para reunirse, [los peloponesios] conceden poco tiempo al examen de los intereses comunes y en cambio la mayor parte de él se dedican al de los propios; y cada uno cree que no causa perjuicios con su desinterés, sino que algún otro tomará las previsiones en su lugar, de modo que no se dan cuenta de que se arruinan los intereses generales a manos de todos por hacerse las mismas suposiciones individualmente».

Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, libro I, 141.7.

La discussion politique, Émile Friant (c. 1889).
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