TODO EL DAÑO DE UNA SOLA VEZ

En la biblioteca de Aragón hay dos rincones que me encantan, dependiendo de la intención que tenga en cada visita. Si quiero leer, es imposible despreciar las cristaleras de la planta baja. ¿Alguien se ha fijado en ellas? ¡Qué hermosa luz, esculpida en las plantas del pequeño jardín, perdiéndose entre los edificios, atravesando el vidrio con la claridad de la mañana! El efecto solo dura hasta mediodía, cuando a esa misma luz cariñosa y agradable le da por apuntar de lleno y cocer a los enamorados personajes que nos repantingamos en las butacas, a medio camino entre el sillón y la hamaca campera. El único problema, claro está, es que las mesas son demasiado bajas o, mejor dicho, las hamacas hunden el culo demasiado y es imposible escribir ahí sin retorcerte y acabar molido. Es aquí cuando, si hace falta escribir, hay que cambiar a otra ubicación.

La sala de estudio está descartada. Escribir en una sala de estudio, con su luz artificial y el penetrante silencio no favorece nada. Hace falta algo más agradable y más natural, una alternativa a la luz de los ventanales pero con una mesa y un asiento adecuados. He buscado mucho por toda la biblioteca y el único lugar que reúne todos los requisitos es una pequeña mesa para dos personas oculta detrás de la estantería de los comics, justo al lado de los libros de teoría del guión cinematográfico y los de cine para dummies. Allí me siento algunas veces a escribir o a darle vuelta a algún libro que me haya llamado la atención lo suficiente como para verme obligado a tomar notas in situ.

Hace unos días me atreví por fin con un libro pendiente. Un rato antes había estado leyendo algunos capítulos de La muerte de Iván Ilich, del mil veces nombrado en este blog León Tolstói, y un poemario del poeta argentino y afincado en España Andrés Neuman (del que me encantó un poema que, si mal no recuerdo, se llama Mujer leyendo). El caso es que, cuando me decanté por tomar la edición de Acantilado de los versos de Neuman también miré a ver si había algo de Emilio Pedro Gómez y me encontré con ésto.

No es casualidad que haya recaído en Octavio Gómez Milián. Primero, porque estaba  buscando en la G. Segundo, porque Octavio imparte matemáticas en el que fue mi instituto. No es la primera vez que leo poesía de Octavio, pero sí que me zampo en una sola mañana uno de sus libros. Por qué no nos hicimos todo el daño de una sola vez es una recopilación fabulosamente urdida de poemas de amor, a través de los cuales el lector es sumergido en un océano de melancolía y esperanza que se funden en el instante del recuerdo. Octavio saca su arsenal desde el principio y comienza con una pieza simple, delicada e incluso introductoria a lo que vendrá después. Una descripción del amor tan sibilina ante la que es imposible no quedar interpelado.

ELLA

Me he enamorado tan lentamente
de ti
que parece que estoy así
                                     desde siempre.

Porque si algo caracteriza a la poesía de Gómez Milián es su frescura en ritmo y la sobriedad en el símbolo.

Una observación interesante acerca de las artes de nuestros días es que el símbolo ha sido transformado o, mejor dicho, se ha abierto a un nuevo registro: la interpelación circunstancial. En vez de basarse en una similitud (se me ocurre, por ejemplo, el típico sus dientes eran como perlas/esculpidas en el fondo del mar) el propio hilo narrativo del poema conduce hasta breves y castizas referencias a detalles del entorno del poeta, de los personajes, o de los días que vivimos. Así, por ejemplo, en su poesía hay referencias a rincones de la ciudad ante las que solo un buen zaragozano o un merodeador perspicaz se verá interpelado. No se trata de que el poema se vea restringido a unas referencias determinadas, pero sí suponer un guiño al entorno y a quienes viven en ese entorno. En pocas palabras: no hablo de rascacielos, solo de los neoyorquinos. Y esa diferencia marca un intimismo trascendental en la obra.

Octavio Gómez Milián hace lo que Sergio del Molino o Manuel Vilas en su literatura: el paisaje no es únicamente un entorno circunstancial en el que pasan cosas, sino que es su razón de ser, la esencia de esas cosas. La ruptura amorosa y el recuerdo serán lo mismo aquí o en Sebastópol, pero las lágrimas derramadas y las noches de alcohol solo son zaragozanas. Aquí es donde se diluye la poesía para convertirse en confesión. No se trata de la voz de un poeta que grita cuánto ama o ha dejado de amar, qué bello es esto o cuánto me gustó aquello, sino que se ofrece una ventana a la vida de la persona que se encuentra al otro lado del papel. Las cosas se presentan como tal, sin artificio ni obsesión alguna por dejar claro qué se quiere transmitir, una tarea que si bien es complicada en el resto de artes aún lo es más en poesía, donde el abuso de simbolismo conduce a una constante redundancia insalvable que destroza el sentido de la obra.

Octavio consigue esa naturalidad con maestría, jugando con los versos, cortando las frases, bailando con los silencios. Detrás de algunos poemas parece escucharse una sintonía de fondo que nos traslada a otra Zaragoza y a otras personas, esquinas y recuerdos de una ciudad que aún sueña con ser desenterrada del olvido. Un viaje que naufraga en la melancolía para reencontrarse en el recuerdo y el devenir de la vida, con el toque de humor y rabia que muchas veces se instala en estas situaciones, como indican con acierto los siguientes versos.

ÉL (ahora sé que lo tienes)

Brindo por el hombre
que tiene enamorada a mi mujer.
Brindo para que se ría de su
aspecto,
critique su jersey,
                   machaque el café que ella
                   le prepara por las mañanas.

O estos otros:

DOS OSTRAS
 
Tenemos algo parecido a una fecha secreta
y una canción nuestra.
Con mucho menos se derrumban imperios
y se mantienen imperturbables las motas de polvo.
¿Por qué no eliges qué prefieres?

Poesía y matemáticas parecen confluir con la literatura y la música, buscando esa armonía que los números son incapaces de regalar y a la cual solo sintiendo podemos aspirar. Versos encendidos que hablan de la decadencia o del amor perdido, o de la mujer amada que aún está por llegar y la grandeza del momento. Por qué no nos hicimos todo el daño de una sola vez es el primer poemario de Octavio Gómez Milián y, quizás, la mejor de sus obras hasta el momento. Una obra que merece mucho la pena ser leída y disfrutada en la apacible plenitud del silencio de la velada. Como nos sugieren los siguientes versos:

No preguntéis más por ella,
estoy tratando de escuchar
su silencio a través del teléfono.

8 comentarios sobre “TODO EL DAÑO DE UNA SOLA VEZ

  1. ¡Qué bien oir hablar del silencio!
    Una biblioteca es un santuario lleno de ideas, en el que cada libro quiere ser escuchado.
    En el autobús me acordaba de tu post y he recordado aquel: “¿por qué no te callas” a modo de censura porque quien lo decía oía un guirigay.

    El silencio nos dice: “Calla, para escucharte”
    Es la única manera de entender a los demás.

    Un abrazo
    María

  2. Publiqué mi comentario tal cual lo escribí. Hay que dejar reposar las cosas. Leído de nuevo no me parece que exprese exactamente lo que quería decir en ese tercer párrafo. Lo debí escribir así:

    En el autobús me acordaba de tu post. Me encantó esa descripción de la sala llena de posibilidades para encontrar autores con quienes conversar.
    Por asociación de ideas, he recordado aquel “¿por qué no te callas?” a modo de censura, como ejemplo de lo contrario a lo que propones en tu relato.

    Lo siguiente, perfecto.
    Me callo para seguir leyéndote

    Doble abrazo
    María

  3. Ay, el silencio. Es curioso, pero hasta él puede estar banalizado y degradado. Por ejemplo, en una sala de estudio, donde el silencio no es sentido ni deseado, sino impuesto sobre el otro. Por eso digo que la sala de estudio es horrorosa para leer, escribir y pensar. Parece un juicio sumarísimo donde todos se acusan entre sí por una mirada, un carraspeo o el silbido de la respiración. Cada uno tiene que buscar sus rincones, y esa biblioteca tiene algunos excelentes.

    Sabes…no eres la única que me ha comentado que la parte que más le ha gustado es la descripción de la biblioteca. El silencio siempre es imprescindible cuando se le necesita.

    Un fuerte abrazo,
    David

    1. … y siempre es necesario. Uno de los significados del silencio es no tener prejuicios. Los prejuicios borran la realidad.
      Hace unos días, esperando el autobús, ví un anuncio que decía: “Revise su cadera”. Me indigné con este gobierno que está recortando como un mal sastre, la sanidad pública, pensando que algún centro médico hacía propaganda para ganar pacientes.
      El anuncio decía realmente: “Revise su caLdera”. Entonces me reí de mí y me reñí.
      No he dejado de protestar contra los recortes, pero ahora no chillo para poder oir a ese añorado silencio.

      Un abrazo, David.
      María

  4. Hace unos meses vi una escena que me impresionó. Eran un puñado de mujeres segando un trigal. En el centro de la escena, un cañón viejo y deteriorado disparaba contra un enemigo invisible para el autor del vídeo. Aquellas mujeres ni siquiera se sobresaltaron del estruendo que agitó el pequeño bosque que se encontraba a sus espaldas. Continuaron segando, como si la guerra no existiera.

    Se trataba de una grabación casera y en blanco y negro que grabó un soldado americano días después del desembarco de Normandía, y había sido rescatada del olvido para formar parte de un documental sobre la II Guerra Mundial.

    Lo impresionante no era la impasibilidad de las mujeres ante el evidente peligro que resultaba la presencia de un cañón cerca de ellas, sino su valentía. Podían haber empezado el documental por ahí y haberlo terminado en ese mismo momento. Para qué más palabras. Para qué más secuencias de destrucción, muerte y venganza cuando en aquellos dos segundos de película aparecían las verdaderas vencedoras.

    Ellas habían sufrido el daño de la ocupación, habían visto morir a sus amores, perder a sus hijos, observar cómo trenes vacían pueblos enteros sin saber si mañana serán las siguientes y, sin embargo, no habían dejado de sonreir, ni de luchar por la vida de los suyos ni de sus vecinos. Habían tenido la valentía de llorar y de gritar para poder así continuar hacia adelante. La cotidianeidad también es una forma de luchar. La cotidaneidad es una forma de enfrentarse a toda esa maldad que se alimenta de venganza. Es una manera de colocar las cosas en su sitio y de avanzar sin derrumbarse en el sufrimiento.

    Quizás dicho así no parezca tan evidente. Hace falta vr el vídeo y contempar esa serenidad para darse cuenta de que lo que hay detrás es lucha y no sumisión. No habían renunciado a sí mismas ni a los suyos, y aquella decisión había vencido a los ocupantes.

    Quiero decir con todo este rollo, María, que quien ataca espera la venganza. De hecho, vive de ella, de reacciones de enfado, del odio, de las palabras vacías de la protesta. Se espera que quienes sufren los recortes pataleen, insulten, amenacen, protesten e incluso ataquen violentamente ante el daño que se les ejerce o se les intenta ejercer. Fíjate que hacer todo eso es una manera de rendirse, de abandonarse y de dejar de defender lo que únicamente depende de nosotros. La escritura de un artículo (eso es lo que, al menos, pretendo en este blog) no debería centrarse en el pataleo, sino en mostrar y transmitir esa realidad para que se comprenda y buscar entre todos soluciones. Incluso aportarlas definitivamente. O avisar del peligro. Pero nunca quedarse en la nada.

    Creo que esas mujeres deberían ser un ejemplo para todos nosotros. No hay que callarse, pero es imprescindible otorgar. Es necesario guardar ese pequeño silencio y continuar con nuestras vidas, siendo felices y amando a los nuestros, ayudando cuando haga falta y en lo que haga falta y se pueda y, por supuesto, manteniendo aquello que hacíamos antes de los recortes y que era necesario. Hay que buscar las nuevas soluciones, las nuevas salidas, y solucionar los problemas, no hundirse en ellos. Hay que hacer todo lo que esté en nuestras manos.

    Eso me recuerda (¡y acabo ya!) el homenaje de ayer a José Antonio Labordeta en el Principal. Me emocionó “La casa de mi padre” (decir que “me emocionó” es poco) y, por supuesto, su memoria. Labordeta, a su manera, luchó por Aragón y por los aragoneses en todo lo que le fue posible. ¿Y qué hacemos nosotros? Tararear la letra del “Canto a la Libertad”, reclamarla a gritos en el teatro, o en la calle, pero no hacemos nuestro el himno. Esperamos aprobaciones fútiles para una acción que solo nos compete a nosotros. He ahí el ejemplo.

    Muchísimas gracias, María, por traerme a la memoria, con tus palabras y tu anécdota, esa preciosa escena.

    Abrazo muy, muy fuerte

    David

    1. Querido David, gracias por ese “rollo”. Decir que me ha emocionado la descripción de esas mujeres ejemplares, es poco.

      He leído varias veces tu relato y he frenado la respuesta por hacer un silencio a modo de homenaje. Si todos y cada uno de nosotros se comportase como ellas en lo que nos corresponde, el poder, realmente, estaría en el pueblo.

      Pero eso es una utopía y lo digo sin ironía. Las utopías son fantasías y la fantasía se escapa de la realidad. La realidad avanza con la imaginación al frente. Y la imaginación se apoya en esa buena actitud de “hacer todo lo que esté en nuestras manos”.

      No hay crisis que pueda recortar la bondad. Un amigo, que también conocía José Antonio Labordeta, dice con mucha verdad que “ser bueno es ser”.

      Es un placer leerte, David.

      Un fuerte abrazo
      María

    1. Sí, es Darío.
      Me canta que que leas. Ese libro se enriquece con lo que cada lector escribre entre líneas, (como todos).

      Un abrazo
      María

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