FINES CON PRINCIPIO

Había prometido hacer una pequeña crítica literaria sin acabar en un spoiler de un libro muy especial, cuya recomendación me llegó de la mano de unos amigos. He sido fiel a mi palabra y a mi condición de lector pausado y aquí me tienen, conteniéndome en lo más hondo para no hacer el spoiler correspondiente y hacerles llegar una minucia que les anime a leer y no les provoque justamente lo contrario. Porque el libro, antes ya de abrirlo, va de eso, de contrarios. O de supuestos contrarios.

El fin es mi principio reúne las memorias póstumas del periodista y escritor Tiziano Terzani, que ya había publicado otros textos interesantes como Un altro giro di giostra o Un indovino mi disse, ambos centrados en la temática humanística y el valor de la política para las sociedades occidentalizadas. En El fin es mi principio, Terzani abandona su labor periodística para centrarse en algo más profundo, más costoso y también más puro: la historia de su propia vida.

Supongo que habrá gente que se preguntará qué tiene de especial la vida de un tipo del que ni siquiera han oido hablar y que ni siquiera tiene un best-seller acaparando los mejores stand de venta de los grandes almacenes en estos momentos. Nada. Absolutamente nada. Lo que otorga un sentido al libro es precisamente la cotidianeidad, la presentación de la vida tal cual es, despojada de valoraciones inútiles y del dinamismo acosador de las sociedades modernas. El fin es mi principio es una confesión, un buen análisis de una vida en la que el propio autor, enfermo de cáncer y consciente de que su vida terrena toca a su fin, decide reunir a sus hijos y narrarles con tranquilidad las viscisitudes de sus vivencias por los confines del mundo y la experiencia personal que ha acumulado a lo largo de todo ese tiempo.

Las memorias comienzan, precisamente, en la Italia de su infancia, una Italia rota que aún sufre los estragos de la guerra y que comienza a recuperarse lentamente siguiendo fielmente los dictámenes políticos de los países aliados que controlan la democratización de la nación. En ese estrombótico marco de cambios políticos comienza la existencia del niño Tiziano, narrada inteligentemente en dos estilos entremezclados entre sí que dotan de una gran profundidad al relato: los recuerdos y el análisis reflexivo. En realidad, toda la novela alterna estos dos estilos aderezados, además, con el componente del presente, intermedios que parecen constituir un relleno adorable en el contexto global de las memorias pero que resultan una parte esencial de las mismas, unos puentes existenciales que permiten la unificación entre el recuerdo y el relato, entre el pasado que se narra y el presente que obliga a llevar a cabo esa narración y que la justifica. Es esa combinación perfecta y audaz entre tiempo, recuerdo y análisis la que dota de grandeza narrativa a la novela, que es capaz de presentar la realidad tal cual es, en toda su dimensión y sin limitación alguna.

Precisamente el mensaje fundamental de la narración es vivir la vida con intensidad, no mediante el convencionalizado y ridículo carpe díem, sino siendo uno mismo y sintiéndose siempre parte íntegra del Cosmos. El fin es mi principio es una llamada a la vida incondicional, una búsqueda inquietante de la esencia de la vida. El libro incluye, en ese testimonio de búsqueda, un reflejo único de la Historia del siglo XX, con todas sus guerras, sus injurias e intrigas de camarín contadas a través de los años que el periodista pasó viviendo en Asia y Norteamérica. En el fondo, una de las mayores experiencias de Terzani es la inutilidad de la guerra para resolver el problema de la guerra. Como esta reflexión, en la que desnuda la revolución advirtiendo de su sinsentido:

Es inútil haber perdido millones de personas, tantos millares de cabezas cortadas, gente decapitada en la calle, masacrada, para crear una sociedad que es como la capitalista de Taiwan (habla de China). Ah, no, si hubieran estado los nacionalistas en el poder, lo habrían hecho mejor, con la ayuda norteamericana y la atractiva esposa de Chiang Kai-Shek en la televisión, todos muy competentes. Tú mira la Historia. Si en 1949 hubieran ganado los nacionalistas en lugar de Mao, hoy tendríamos la nueva Shanghai. Y exáctamente eso es lo que tenemos.

Entonces, ¿para qué sirven estas revoluciones? Todos esos auténticos sacrificios que muchos han hecho con gran honestidad, ¿para qué sirven? Si hubiesen ganado los otros, China hubiera sufrido mucho menos y de todas formas se hubiera convertido en lo que es hoy, y quizás antes.

Lo mismo puede decirse de Vietnam, si hubiera vencido Thieu en lugar de los comunistas. ¿Qué hacen actualmente los comunistas vietnamitas? Saigón es una ciudad occidental con todo lo peor de Occidente: los burdeles, el interés, los ricos y los pobres, la explotación. ¿Se hizo la revolución para eso? Todos los que se daban dos vueltas al cinto en torno a la cintura porque solo comían un puñado de arroz, ¿lo hicieron para eso? Y si la revolución bolchevique hubiese fracasado, por la intervención europea o porque las tropas del zar hubieran resistido el ataque de los revolucionarios, poco a poco Rusia se hubiera modernizado bajo la influencia de Europa, ¿no? Habrían vencido los otros y actualmente la situación sería mejor. Entonces, ¿qué?

Y luego lo juntas todo, incluyes también al Che, su contraposición a Castro…¡Cuántos muertos han costado esas revoluciones! ¡Cuántos sufrimientos, cuántas torturas! ¿Y cuál ha sido el resultado? Siempre el mismo. Igual.

Terzani pretende ir más allá de lo aparente. Durante su vida comprendió que la política y su instrumento agitador, la revolución, no consiguen que el mundo avance, porque lo que hace avanzar al mundo no es la sociedad, sino el propio ser humano. Y ese bucle de horror condenado al no avance es la esencia de una Historia estancada. Un contramarxismo que viene bien para replantearnos la concepción que poseemos de la Historia justo en una época en que aún nos intentan vender la cuestión ideológica como falsa solución a problemas que nada tienen que ver con la ideología.

El objetivo último del libro es hacer pensar. Y Terzani lo consigue estupendamente. Logra que el relato atrape, a un paso entre la curiosidad y la proximidad de la vivencia, y además emplea el recurso del diálogo, sostenido con su hijo Folco, que consigue una fluidez y una naturalidad inmejorables. El fin es mi principio es un reflejo de nuestra historia y de nuestro presente, de la realidad humana y del lugar que ocupamos en el cosmos. Sus viajes espirituales al Himalaya contrapuestos con su amor político, la China posmaoísta. El Japón terriblemente occidentalizado frente al Occidente despótico. Una oda a una diversidad que cada día está siendo más y más extrangulada.

¿Qué quieren que les diga? El libro me ha gustado muchísimo. Es capaz de transmitir un pensamiento y una verdad de una forma coloquial y directa, sin términos abusivos y sin la complejidad del filósofo. Una herramienta esencial para comenzar a mirar la realidad con nuestros porpios ojos y no como quieren que la miremos. Un libro dirigido a personas de todas las edades cuyo único y reiterado mensaje es el mismo: sé tú mismo y busca la Verdad.

Un testamento vitalista que anima a mirar siempre hacia delante y cuyo mensaje no es otro que existir.