La generación se-qui (secundum quiz)

>Me hace cada vez más gracia leer determinadas sentencias. Sobre todo, sentencias cíclicas, de esas que las inventa un desconocido y durante días, semanas, meses o incluso años se escriben textos de todo tipo respaldandolas sin otorgar a los textos el necesario poder argumentativo. Quizás es que soy muy exigente. Puede ser. Pero también hay que contar con que repitiendo una misma idea realmente no estás diciendo nada, ni blanco ni negro, ni arriba ni abajo. Y es que precisamente de “nis” va el asuntillo.
Realmente desconozco al intrépido que con afilada ironía definió a la generación de mediados-finales de los ochenta, principios de los noventa como “ni-ni”. “Ni estudian ni trabajan”, remarcaría con anticipo para cuando el lector, intrigado por la desinformación monosilábica se cuestionara al respecto.
Personalmente, no le discuto. Solo hay que mirar a nuestro alrededor para descubrir la cantidad de tocinos macenados que habitan las calles. Gentes sin espíritu de compromiso, ni de estudio, ni de interés laboral ni de nada. Solamente hay interés para los vicios mundanos. Y para la fiesta, ligada a ellos. Lo demás, como si no existiera.
Debo reconocer que la frasecita es ingeniosa. “Ni-ni”. En poco puede decir mucho. Pero, desde luego, lo que no dice es todo, como algunos pretenden dotar a la construcción lingüística. Hace algunos meses, un artículo en las páginas de Heraldo Domingo era titulado “La generación sí-sí”, en la que se entrevistaban a jóvenes veinteañeros o casi veinteañeros que demostraban día tras día que su espíritu dista mucho del que poseen gran parte de sus camaradas. ¿Demostrar? Pues sí, de eso parece que va el juego. En eso se ha convertido el juego. Ahora, porque la mayoría de la gente sea una cosa, tanto si es buena como si es mala, para poder ser hay que demostrar que verdaderamente eres lo contrario.
Los jóvenes, no ya disciplinados, sino con una abertura mental diferente a la de otros de las mismas edades parece como si tengamos que superar las mil y una pruebas para ganarnos el respeto mínimo -que es lamentablemente bajo- de una sociedad pendiente del escarnio y de la generalización indiscriminada. De una gran mayoría de personas que son dirigidas como corderitos. Solo les hace falta una prueba para creer todo lo que les digan y condenar, si hace falta, hasta a su madre.
Ahora mismo, el yugo “ni-ni”, aliado con la necesidad humana del escarnio y la poca voluntad de algunos para reconocer esfuerzos ajenos y para reflexionar sobre estos temas está señalando a todos aquellos jóvenes que verdaderamente distan a años-luz del tipo de comportamiento que describe la frasecita. Condenándoles a que otras generaciones infravaloren sus capacidades, sus ideas y sus logros. Porque, ¿acaso no deja de ser éste o aquel un joven “ni-ni”? Cuando alguien en su cabecita generaliza, convencido, que, por ejemplo, todos los jóvenes son así o asá le es muy difícil asimilar algo que no concuerde con sus espectativas. Y tratará, como si de un robot se tratase a los que no lo sean exactamente igual que a los que sí respeten sus estereotipos.
Creo que no hace falta recordar que gente como la que describe la tesis “ni-ni” ha existido siempre. Chulitos de piscina, que eran domados a hostias en la mili; gente que ha hecho lo que les ha dado la gana, importándole poco el daño que les causara a sus padres; idiotas integrales que se han creído siempre los reyes del mambo; vividores que ni se han preocupado en estudiar ni en trabajar, sino en vivir en casa de los padres hasta los sesenta o enganchar a alguno o alguna con dinero para no volver a dar pique hasta su muerte…
¿La diferencia? La educación, por supuesto. Pero la educación en todos los sentidos. Desde unos padres que aún flexibles mantenían cierta autoridad hasta el respeto por los mayores, ya presente en los propios padres. Si algún anciano recriminaba algo a un chaval que se había comportado mal, los padres respetaban la recriminación del anciano, si era justa. Lo que está claro es que no iban a comérselo a gritos y malos modales porque un desconocido le ha dicho algo a “su niñito o niñita del alma”, como ocurre en la actualidad. Si un chavalín hace lo que le da la real gana y los propios padres lo sobreprotegen, hasta el punto de no reconocer la falta de su niño, el chaval se va a crecer en sus hazanas amparado en la incapacidad correctora de los que le rodean. Y luego las leyes, por supuesto. Ahora un padre no le va a poder dar un cachetillo a su hijo porque se cataloga “maltrato”. Que no, que no, que hoy en día, en pleno siglo XXI hay que hablar. Convencer aunque no te entienda. Decirle cosas a un chaval de seis años como: “Mira hijo, comprendo que te sientas poco aceptado, que te sientas abandonado porque no estamos lo suficiente en casa, pero por favor, si su gracia divina lo permite, deja de prender fuego contenedores de basura, pegarle patadas en los testículos a los profesores, meter a tus amigos en los cubos de basura de cabeza y luego lanzarlos calle abajo y, sobre todo, deja los porros”.
Tronchante. Para no parar de reír en una semana. ¿Qué iba a decir el chavalín en un caso exagerado como es este? Pues prometería las mil reconversiones posibles y luego, seguiría haciendo lo mismo. 
Les guste o no les guste a algunos, el ser humano, en edad de aprender es como un animalillo que necesita algo que le asuste un poco para que al menos aprenda que no se puede ir jorobando a todo Cristo viviente. Porque una cosa es pegar a un niño constantemente y otra, cuando verdaderamente se lo merece, soltarle una leche flojilla, que no le haga daño.
Es precisamente, y en resumen, el sobreproteccionismo ante las faltas graves de los hijos lo que provoca que se acabe siendo como son los representantes del movimiento “ni-ni”.
Lógicamente, ni toda la gente recibe una educación tan pobre y tan atada de pies y manos ni toda la gente sale de igual temple. Porque la humanidad es diversa y las inducciones nunca han cuajado ni en filosofía. Hay jóvenes que pasan de todo y otros muchos que no y que no se merecen que una sociedad amante del escarnio y hermana de la generalización discriminadora e indebida  los tache, los juzgue y los acribille a desplantes y sentencias que, sin duda, te marcan, y que debes soportar precisamente porque eres una persona respetuosa.  Para mí es lamentable ver como a raíz de esa acertada, pero concreta afirmación muchos ciudadanos están aprovechando para saciar su necesidad señalizadora y escarniar sin orden ni concierto, sin respeto ni educación. Porque aquí todos hablan, todos pretenden tener la razón pero pocos intentan convencer del porqué. Es el colmo de los colmos tener que justificarse para ser correcto, mientras que siempre ha sido al revés, justificarse al ser moralmente incorrecto.
Lo siento, pero ustedes mismos, los que pertenecen a este perfil acusador están adecentando el asfalto sobre el que se apoyarán todos los que ustedes critican y con razón, tomando como tótem ejemplificador a lo que se considera malo en vez de a lo que se considera positivo.
A veces me pregunto si es que a muchos les interesa convertir a las generaciones futuras en verdaderas pandillas de inútiles integrales, impotentes en todos los sentidos, adictos a mil vicios, despreocupados por lo que le rodea y en definitiva, fáciles de manipular.
Quizás el mayor castigo que debemos soportar aquellos que luchamos por nuestras ideas es aguantar a una muchas veces irrespetuosa y acusadora generación, la que nos concibió o la que nos vio nacer: la hoy bautizada por mí como “generación se-qui”(de secumdum quiz, o generalización indebida, claro).