Ancianos…

>El otro día, mientras paseaba un rato, pude ver una escena “tierna” a cual más ver. El parque -pueden elegir en sus mentes cualquiera de los que conozcan- se extendía amplio ante mi horizonte visual, al igual que seguramente se les extendería al grupo de jóvenes que estaban haciendo una de las pruebas de aptitud físicas que deben realizar en su asignatura deportiva de su instituto o centro educativo. Un día nublado, quizás lluvioso, en el que los jóvenes, tapados con sus anoraks se protegían del fresco cierzo que los azotaba. Mientras proseguía mi camino, una tanda de chavales -no los juzguen, no se trata de macarras, sino de buenos y respetuosos chavales, pues ahora lo comprobarán- daba vueltas por los caminitos del parque, ahora circuito. De pronto, vi colocarse a una pareja de ancianos, bastante móviles aún, con algún achaque y con un perrito cada uno. Se detienen justo en un banco casi encima del circuito, de pié, altivos, para poder ver pasar a los chavales. Por su altivez decidí detener un rato mi marcha para observar la situación. Esperan a que uno de los jóvenes -el más veloz de la prueba- pase. Cuando ya ha pasado por delante de ellos, los dos ancianos le gritan: “chaval, como sigas a esa velocidad te vas a comer las farolas”. Como me pareció graciosa la frase esperé a que pasara el siguiente: “a este paso no te vas a mover…”, le grita uno de los abuelos.
A todo esto, los ancianos no recogen a sus canes, que los pobres chicos y chicas tienen que esquivar. Algunos les miran indignados, pero callan por respeto a las canas. Su mirada les delata…
Pasa otro: “chaval, un poco más rápido, joder, que ya te vale”.
A los dos ancianos se les veía felices de vacilar a los jóvenes, que por educación se callaban. Deciden seguir “divirtiéndose” un rato más…
Los ancianos siguen gritando apelativos amorales, con un semblante y un tono de burla a cada vuelta que dan los chavales. Cada vez están más enfadados pues los apelativos cada vez son más burlones e insultantes. Desde mi posición, siento un profundo asco por esos dos seres humanos, seguramente amargados de la vida, con unos hijos que están deseando su fallecimiento para quitarles todo su dinero o que, simplemente, están más cerca del asilo que de su propia casa.
Los ancianos continúan agravando el asunto, esta vez ya era la cuarta o la quinta que gritaban insultos a cada uno de los chavales.
Al pasar uno, los ancianos le dicen: “una cocacolita, ya de paso vete a buscar una cocacolita, porque a esa velocidad… manda cojones“.
El joven ya no aguanta más, y con todo respeto, aplaca la insolencia de los ancianos: “¿es que no tienen nada qué hacer?
Los viejos, incrédulos, emiten una aluvión de verdaderos insultos sobre el joven -insultos graves, oigan-. El joven, mientras proseguía, y sin perder la compostura, les grita: “más les valdría mover esas piernas…”. Los ancianos, continuaban insultando, quizás pensando cómo es esa juventud insolente y mal nacida, donde no hay respeto y se hace callar a humildes abuelitos que paseando por el parque “animan” a la insurrecta juventud.